Eran las cinco, César ya debió llegar a la casa, me había invitado a cenar, sin embargo, lo dejaré plantado. Mientras tanto debía hablar con Fernanda. Era mejor aclarar todo de una vez como lo recomendó el sacerdote. Quien iba a pensarlo, el señor resultó ser un buen consejero, me siento tan bien, él tenía razón. ¿Por qué debo sufrir yo?, si él fue quien falló. No era perfecta, pero no he faltado a mi palabra y mi conciencia se encuentra tranquila. Tomé mi celular y la llamé.
—Hola, Maju. —noté la sorpresa en su voz.
—Hola, Fernanda. —ingresé al carro—. ¿Nos podemos ver?, quiero hablar contigo.
—Claro, ¿voy a tu casa?
—No. De hecho, necesito llegar tarde y no soy como César.
—Te entiendo, esa es una de las razones por la cual callé. ¿Dónde nos vemos y que podamos tomarnos un par de vinos?, así le daremos algo de que pensar a César, ¡con lo celoso! —solté la carcajada.
—Sí, pero no llegaré muy tarde, mis hijos me esperan.
—Nos vemos en el bar de la 93, el que nos gustaba, ¿te parece?
—