Aidan se quedó quieto sintiendo su mejilla palpitar dolorosamente. El único sonido que se oía era la del agua caer y la respiración de ambos.
Con la mano temblorosa tocó la piel que ya se volvía roja y seguramente, más tarde, hinchada. El sabor metálico de su propia sangre rozaba sus papilas gustativas como recordatorio de lo que acababa de ocurrir.
-Sal- dijo entre dientes sin mirarlo.
-Aidan, cariño- Hans levantó la mano para tocarlo.
Él levantó antes la suya y puso en su cuello el borde de la navaja de afeitar.
-Sal- volvió a repetir y no le importó que el filo dejara una leve l&iacut