Cuando Aida recobró el conocimiento estaba más aturdido que despierto. Sentía su cuerpo como si estuviera en una enorme bola de algodón que se movía de un lado a otro débilmente acunándolo. Muy cómodo y acogedor. Podría quedarse así por siempre.
Y aquel olor. Delicioso y atrayente que inundaba todo su ser y lo mantenía en un trance total. Se acercó más a la fuente de aquel sabroso aroma y lo abrazó con la poca fuerza que le quedaba pegando su nariz y aspirando.
-Si me despiertas así todos los días, creo que me volveré muy adicto a ti por completo-
Los ojos de Aida se abrieron de golpe al escuchar aquél voz. Se separó con dificultad solo para ser atra&iacu