Nina ¿Le temes a la oscuridad?
Nina ¿Le temes a la oscuridad?
Por: Loli Deen
Paul

—Doctor, su esposa llamó. Voy a hacer lo que me pidió y decirle textualmente sus palabras. No mate al mensajero. Dijo, y cito, “Paul, como llegues tarde a la cena de esta noche, mejor que busques un buen lugar donde dormir”. —Me avisa mi secretaria ni bien me acerco a mi despacho.

—Gracias, Rosalie, mensaje recibido —respondo y cierro la puerta de mi consultorio.

Dejo la carpeta que llevo bajo el brazo sobre mi escritorio y me dejo caer pesadamente sobre el sillón. Estoy agotado, ha sido un día difícil y extremadamente largo. Doy un largo suspiro, pero si no quiero terminar durmiendo en la casa del árbol, mejor me apuro para llegar temprano a casa… rebusco en el cajón por mi grabadora y presiono la tecla de grabar.

—Historia clínica 23840, paciente Natacha Sloan de 23 años, ingresada luego de haber sido encontrada por la policía y los servicios de emergencia en su residencia de Nueva York, tras la llamada de su pareja Jasper Craw. La paciente fue tratada en urgencias por cortes severos en sus brazos y muñecas, trasladada al servicio de Psiquiatría, tras recibir un diagnóstico de colapso nervioso.

>En los análisis toxicológicos se detectó una dosis tóxica de Lorazepam, Sinequan y Deprelio. Nota al margen “Todo indica ser un intento de suicidio”. Las autoridades acudieron a la llamada del 911 y tuvieron que violentar la puerta del baño, ya que la paciente no respondía a ningún llamado; la encontraron tirada en el suelo cubierta de sangre y con varios frascos de prescripciones alrededor y en estado catatónico. Fue trasladada de inmediato a urgencias, donde fue tratada en primera instancia por las laceraciones. Se le realizaron transfusiones de sangre y plaquetas, también se le realizó un lavaje de estómago y luego fue ingresada en el departamento de psiquiatría donde la atendí yo. A partir de ese momento, su pareja me comentó que estaban teniendo una discusión, y la joven, tras sufrir un cambio drástico en su comportamiento, se acerca a la cocina, busca un cuchillo y comienza a cortarse las muñecas y los brazos. Su pareja advierte que inicia a decir incoherencias, a lo que explica que hablaba como consigo misma, pero refiriéndose a ella en tercera persona y no dejaba de intentar lastimarse y cortarse cada vez más. Él, al pretender impedírselo, recibe una herida punzante en el abdomen, que no reviste gravedad. Cuando se aleja, consigue llamar al 911, a lo que la joven huye hacia el baño, donde se encierra. Tras varios intentos fallidos de que ella respondiera y, al escuchar ruidos, las autoridades violentaron la puerta y comenzaron a tratarla. Ya en psiquiatría, se le colocó una intravenosa para hidratarla y se le suministraron medicamentos para contrarrestar los efectos tóxicos de las sustancias encontradas. Queda bajo observación, hasta nuevo aviso.

<< ¿Cómo es qué esta niña sigue viva?, sus signos vitales son casi normales, ni siquiera está en coma luego de la gran cantidad de medicamentos que ingirió…>> pienso desorientado.

Detengo la grabación y comienzo a buscar en la base de datos por el nombre que aparece en la prescripción. No me demoro mucho en encontrar a la Dra. Stephanie Monroe. Sin perder más tiempo, llamo a su oficina. Tras unos pocos tonos, consigo que la secretaria me comunique con la Dra.

—¿Hola? —saluda una voz suave de mujer.

—¿Doctora Monroe? —respondo de inmediato.

—Ella habla ¿en qué puedo ayudarlo?

—Soy el Dr. Paul Smith, jefe de psiquiatría del Hospital Lennox Hill. La llamo en relación a Natacha Sloan.

—¿Nina?

—¿Es su paciente?

—La atendí algunas veces, pero no podría decir que es mi paciente. Viene de forma esporádica, ya que viaja mucho por su trabajo…

—Pero, ¿usted le recetó antidepresivos?

—Sí, sufre de depresión crónica, y le di medicación para ayudarla. Probamos algunos antidepresivos. ¿Se encuentra bien?

—Ha sido ingresada con un colapso nervioso tras lo que parece ser un intento de suicidio.

—Oh por Dios… yo… parecía estar mucho mejor la última vez que la vi…

—¿Hay algo más que pueda decirme de su condición?

—La verdad, no hay mucho que aportar. Como le digo, es muy difícil de tratar, ya que apenas puedo verla. Pero mañana a primera hora voy a su oficina para ponerlo al tanto y saber cómo se encuentra.

—Muy bien Dra. Monroe, la espero mañana. Gracias por su tiempo.

—Adiós.

Cuelgo el teléfono con más fuerza de lo que debería, pero es que algunos colegas no deberían atender pacientes… ¿cómo puede medicar tan fuertemente a un paciente del que no tiene control? ¡Qué irresponsable! Miro el reloj y ya voy tarde. Cierro la historia clínica, guardo mis cosas en mi portafolio, me saco la bata, la cambio por el saco, y salgo casi corriendo de mi despacho.

—Hasta mañana, Rosalie. —Me despido de ni secretaria.

—Hasta mañana, doctor, que disfrute la cena. —responde ella tan sonriente como siempre.

De camino al ascensor, me encuentro a mi residente favorito, el doctor Brand.

—¿Estás de guardia esta noche, Brand? —pregunto al pasar a su lado.

—Dr. Smith… sí, claro —responde dudoso, sé que no lo está, pero es la respuesta que espero.

—Mantén vigilada a la señorita Sloan, quiero que revises sus signos vitales cada hora y, si hay algún cambio, me informas de inmediato.

—Por supuesto, doctor Smith. Buenas noches.

Al pasar por el puesto de enfermería, Louis, la jefa de enfermeras, una mujer afroamericana, tan grande como amorosa, y la encargada de que todo este pabellón funcione bien, se despide de mí.

—¿Se va temprano esta noche, doctor? —pregunta extrañada.

—No tengo más opción, Louis, si llego tarde, puede costarme mi puesto en el dormitorio —respondo sonriente.

—Entonces mejor no haga esperar a esa hermosa esposa suya, y no olvide llevarle unas flores, las mujeres amamos los detalles.

—Lo haré, hasta mañana.

 De camino a casa, recuerdo el consejo de Louis y me detengo en una florería y compro un hermoso ramo de margaritas, las favoritas de Kate. Estaciono el auto y de inmediato puedo ver una pequeña cabeza asomada en la ventana, y al abrir la puerta, mi pequeña Beth se lanza a mis brazos.

—¿Te gusta mi pijama, papi? —pregunta con su tierna voz y su rostro angelical.

—¡Es precioso! ¿Es nuevo? —Le sigo el juego mientras la cargo con un brazo y paso por mi despacho para dejar mis cosas.

—Sí, mamá me lo compró por haber sido una buena niña en el dentista.

—Estoy muy orgullo de ti, princesa. —La elogio y le regalo un beso en la coronilla.

La cena huele exquisita, y soy llamado por el aroma hasta la cocina. Dejo a la pequeña monita en el suelo, y al pasar por la isla, le despeino el cabello a Macon, mi hijo mayor.

—¡Papá! —Se queja y yo sonrío. Está obsesionado con su iPad a niveles preocupantes.

—Ya deja ese aparato, Macon. —Lo regaño. Al tiempo que abrazo por la espalda a mi hermosa esposa. Huele a hogar, a amor.

—Llegas tarde. —Me recuerda mientras me da un leve empujón con su trasero.

—Lo siento, cariño, fue un día agotador. Me ducho rápido y ya estoy. Estas son para ti. —Le entrego las flores y veo que su hermosa sonrisa aparece de inmediato.

—Son hermosas, gracias. Es un bonito detalle. Estás perdonado.

—Bajo en cinco minutos. —Advierto mientras corro escaleras arriba.

—Ustedes dos, a lavarse los dientes y a la cama. ¡Ya! —ordena a los chicos.

Mientras el agua cae por mi cuerpo otorgándome un alivio temporal a la tensión, no puedo evitar pensar en esa chica… ¿Qué te sucedió, Natacha? ¿qué ocultas? Me pregunto…

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