Pasé toda la noche en absoluta vela. Ni siquiera podía haber dicho que dormí media hora o 15 minutos, porque no pude hacerlo.
Me quedé sentada en el borde de la cama hasta más de medianoche. Ni siquiera tuve el valor para ir a despedir a mis hijos y darles las buenas noches. Tuvo que hacerlo el abuelo, mientras yo me sentaba en la esquina de la cama, observando por la ventana la ciudad que comenzaba a dormir lentamente.
Había sido tan estúpida todo el tiempo. Cada cosa que había hecho en mi vida era un error tras otro, y sería ridículo de mi parte pensar que todo había sido completamente culpa de Alexander. Claro que lo era, principalmente por sus mentiras, o mejor dicho, sus secretos, que nos habían condenado a todos.
Pero si lo veía desde un punto de vista objetivo, yo tampoco había obrado bien. Para empezar, escondiéndole mi embarazo y luego a sus hijos, queriendo vengarme a toda costa.
Ahora que estaba sentada en la cama, con mi secreto más profundo revelado, me sentía sin rumbo.