174°

No fui capaz de dormir claramente en toda la noche. En medio de mis pesadillas, regresaba una y otra vez el recuerdo de mi hermana ensangrentada frente a la entrada de la casa, con los orificios de las balas en su pecho, en su puerta.

En mis recuerdos, escuchaba mi propio grito, que siempre se mezclaba con el grito de Máximo cuando Ezequiel le había disparado al pobre de Alfredo.

Cuando me levanté en la mañana, sudorosa, con el cabello pegado a la cara, Alexander no estaba a mi lado, y aquello me asustó. Pero cuando vi la hora en el pequeño armario junto a la cama, entendí por qué: eran pasadas las diez de la mañana. Seguramente Alexander había ido a la empresa. Tal vez quiso dejarme descansar, aunque no debió hacerlo. Yo también tenía muchas cosas que hacer.

El cansancio siempre seguía ahí, y ahora que entregaría el casino a la Orden del Círculo Bajo, tenía que prepararlo también.

Me puse de pie y todo el cuerpo me dolió. Parecía que, a pesar de dormir, el cansancio nunca se iría. Me
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