Me quedé ahí un rato más en la sala, sin encontrar el valor para salir y enfrentar a Alexander. Las instrucciones de doña Azucena eran claras: tenía que cuidarlo, tenía que cuidar a Álex, hacer lo mejor para él. Así que, después de estar un rato ahí sentada, me puse de pie y salí.
Alexander estaba sentado en el amplio mueble de la sala, abrazando con fuerza una almohada; en su expresión podían notarse la intranquilidad que le recorría el cuerpo.
— ¿Y el juez? — le pregunté para quitar la incomodidad — .
— Se fue en cuanto te dejó sola.
— ¿Han visto muchos de esos videos? — le pregunté.
Alexander negó
— . Solamente uno. No sabemos cuántos son; el juez dijo que nos los mostraría poco a poco. Ahora que lo pienso, mamá tenía muchos secretos; ya ni siquiera soy capaz de reconocerla.
— ¿Qué te dijo? — preguntó.
Pero yo no sabía que decirle; pensé bien en las palabras que me dijo doña Azucena, la idea era no dejarlo solo… pero, ¿bajo qué contexto? Cuidarlo sería la respuesta.
Alex habíamos