Capítulo 5 - Absurdo tercer encuentro

No dejaba de llegar la gente a darnos el pésame. Y deseaba, ¡qué se largarán de aquí!, pero ni eso hago… Si hablo voy a llorar. Mis abuelos llegaron anoche para darle apoyo a mi padre, quien se mantenía firme, pero anoche lo escuché llorar en su habitación.

En la mañana se llevó a cabo el sepelio y si me preguntan cómo fue… No lo sé, no tengo idea, fui arrastrada de un lado al otro por la mano de mis abuelos paternos. Los mellizos me abrazaban cada vez que podían. Ellos, más que nadie, sabían por lo que mi corazón pasaba. Aunque los dos perdieron a sus padres el mismo día. A mí por lo menos me quedaba papá.

—¿Sigue sin hablar? —El abuelo dejó chocolate con pan en la mesa de noche.

—Y sin comer. —Le respondió la abuela.

Tenían cuarenta y cinco años de matrimonio, mamá deseaba llegar a esa edad matrimonial con papá. —No llores, no llores—. Tuvieron dos hijos. Papá y el tío Danilo, quien murió en un aparatoso accidente con su esposa. Ahora les queda papá y tres nietos. Recuerdos de mi madre me abrumaron.

Pero ya no estaba, no me verá graduarme, menos ganar carreras de patinaje. Hasta aquí llegaron mis recuerdos con una madre perfecta. Eso no era justo, tantos seres endemoniados en la tierra porque carecen de humanidad y se llevan a un alma buena… No lo acepto.

—Hablaré con Braulio, el año escolar terminó, podría irse con nosotros y que estudie si lo desea en Colombia.

—Me parece bien lo de llevarnos a nuestros nietos, o por lo menos a Emily, están en vacaciones, retomarían en agosto. Los mellizos están con refuerzos escolares, ya los conoces y no quiero dejar a Braulio solo.

—Tienes razón, Leonor. —El abuelo se sentó a mi lado—. Emy, ¿te gustaría quedarte aquí o viajar con nosotros? —No respondí.

Papá ingresó vestido de negro, mis hermanos iguales, tenían los ojos rojos, mis lágrimas salieron de nuevo.

—¿No ha comido? —La abuela negó.

—Hijo, estábamos pensando en si nos la llevamos, está en vacaciones y en dos meses podrá regresar cuando… La resignación haya llegado. —Las manos me temblaron.

—Los mellizos no pueden viajar, están en varios talleres de recuperación.

—Pueden viajar después.

—¿Quieres irte, Emily? 

Me encogí de hombros. Siento que si hablo iba a morirme de dolor. Me aferré a lo último que creo conveniente. Si lloro como si no hubiera un mañana daré por sentado que sí acepto la muerte de mi madre.

—Voy a comprarle el vuelo a mi hija. Papá pásame los datos de su vuelo. Para comprar el mismo si se puede. —Se acercó a la cama. Acarició mi rostro—. Hija, debes poner de tu parte, hazlo por mí, come un poco por favor. No soportaría… —Se le quebró la voz—. Dakota en donde esté seguirá con nosotros.

No hables papá, no sigas. No quiero llorar más, no como muy seguro lo haré al comprender que mamá ya no estará a mi lado.

» Hija, llora, por favor…

……**……

No estaba de acuerdo con la decisión de mi madre. El abuelo vino hace dos días para apoyarla en los tribunales, habían contratado a una muy buena abogada y por solicitud de ella y del abuelo Mario, también apoyó el que saliéramos de Estados Unidos, aprovechando que estamos vacaciones de verano.

—¿Por qué?, pronto seré mayor de edad. ¡Quiero apoyarte mamá!

—Esta lucha será mía, Iskander. Sin importar quien sea Serkan, él es tu padre, tu sangre. Soy yo quien se está divorciando con él, sin embargo, tú jamás dejarás de ser su hijo.

Nos habíamos quedado en un hotel y ahora buscaba un apartamento para irnos a vivir.

—Hijo. Yo me voy a quedar con Margarita. No dejaré a mi hija sola.

—Lo que me hubiera ahorrado si les hubiera hecho caso a ustedes de no casarme con Serkan… pero veo a mis hijos y digo, lo vuelvo a soportar todo por ellos.

—Mamá.

—Ya les compré los tiquetes, y aprovechando que tu padre no los ha bloqueado para salir del país. Por favor, si están lejos de sus garras tendré la fortaleza para enfrentarlo. No podrá secuestrarlos y doblegarme.

—Quería ver cómo se le caía su mentira.

—¡Iskander!, pase lo que pase él siempre será su padre, ahora debes mantener a tu hermanita a salvo. Nos hablaremos todos los días, estaré con el mañoso de tu abuelo.          

—Serás el hombre de la casa hasta mi regreso. Debes cuidar a tu abuela.

—Está bien.

En Medellín teníamos algunos amigos, pasar un par de meses en Colombia sería agradable. Además, mamá era demasiado terca.

Al día siguiente llegamos al aeropuerto. El abuelo me dio muchas indicaciones para asegurar la casa en las noches, las claves de las cámaras de vigilancia, en donde había guardado las llaves de la moto que era de mi único uso. Sí que era un viejito mañoso. Azra fue llenada de besos por parte de nuestra madre. Le dijimos adiós e ingresamos a la sala de embarque.

 —Iskander, tengo hambre.

—Azra, cenamos en el hotel. —miró su reloj.

—El vuelo es en tres horas y cenamos hace dos.

—¿Cómo puedes comer tanto? —sonrió.

—¿Acaso no vez que tengo mucho espacio para llenar? —Solté una carcajada.

—Te debes aguantar una hora más. Luego te compro algo.

—Con mucho chocolate.

Pasamos los registros, llegamos a la sala donde deberíamos tomar el vuelo en primera clase. Se nos pasó el tiempo mirando las redes y jugando en el celular.

—Ya pasó la hora, tengo hambre.

Le pellizqué sus regordetes cachetes, hasta sacarle un quejido, luego le di un beso en la frente.

—Quédate aquí no te muevas.

Tomé la mochila, tengo el buzo para ponerme en el avión. Aunque era de noche, tenía puesta la gorra para que no se viera la gasa que tenía puesta sobre los puntos que me cosieron. En Medellín debía ir a donde un doctor para que me los quitara.

Hice la fila en una cafetería; me pedí un capuchino bien caliente para mí, y a mi hermana le pedí una torta de chocolate, un paquete de galletas con chocolate y dos cajitas de leche. En el morral metí las dos cajas de leche con las galletas, porque en la madrugada me pedirá comida de nuevo. La torta en la mano y mi capuchino bien caliente, apenas di un paso afuera del establecimiento y con la intención de beber un sorbo, un bolso de no sé dónde me echó encima el capuchino.

—¡Carajos!

¡Me quemó!, lo había pedido bien caliente. De rapidez me quité el morral y la camiseta, mi pecho había quedado muy rojo.

—Lo siento, señor…

¡No podía ser cierto! Díganme que es una puta broma. Al levantar la mirada la pelirosada tenía unas gafas puestas a las ocho de la noche.

—Pero ¡¿Qué karma estoy pagando contigo?!

—¿Disculpe?

—¡No le quiero escuchar decir discúlpeme! —Ya me tenía cabreado la chica bonita—. ¡No te bastó con hacerme esto! —Le mostré la marca en mi pómulo, me quité la gorra—. ¡Hacerme esto! —Le mostré la gasa cubriendo los puntos—. Ahora ¡me quemas!

Con la misma camiseta me terminé de limpiar, el pecho lo tenía bastante rojo.

—Lo lamento de verdad.

—¿Acaso me estás viendo?

Un impulso me llevó a quitarle las gafas y el insulto que tenía para soltarle, lo reprimí. Un par de señores de la edad de mis abuelos se acercaron. La joven tenía los ojos demasiado hinchados y esa mirada azul clara se encontraba opaca, tanto que sentí tristeza por ella. Se le humedecieron los ojos. Yo no pude hablar.

—¿Pasa algo, joven? —Se acercó el señor canoso.

—Emily, ¿te encuentras bien?

La joven afirmó, yo aún tenía la imagen de su rostro demacrado.

—Debería ponerse camiseta joven.

—No tengo, la joven me acaba de echar el capuchino encima y la maleta como debe imaginar no se encuentra a mi disposición.

—Parece que fue un accidente. Más no intencional.

—Con ella no lo creo, señor.

—¿Tiene algún problema con mi nieta? —La señora alzó su barbilla.

—Yo no, al parecer su nieta sí.

Saqué del morral el buzo negro y me lo puse. Tomé la torta del piso, al menos cayó sobre la servilleta, espero esos señores se hayan marchado con la insolente esa. Esto ya rayaba en lo inaudito. Tres veces he sido agredido por la misma persona, en lugares impensable, ni que viviéramos en un pueblo. ¡Estamos en Estados Unidos! Al levantarme el señor seguía ahí. Ella ya no estaba, ni su abuela.

—¿Le debo algo, joven?

—No, tranquilo señor. —Sus ojos tristes volvieron a mi mente—. Disculpe, —el hombre se detuvo—. ¿Por qué ella tiene los ojos tan hinchados?

—Hace cuatro días perdió a su madre. Y hasta la noche de ayer se desahogó. —afirmé. No dije nada. Nos alejamos y de camino boté la camiseta. Sin embargo, la mirada de esa joven me había cautivado.  

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