CAPÍTULO 47

Ofuscada como estaba, Ángela caminó con pasos rápidos hacia la mansión, que era la casa principal de la propiedad, en la que Ernest vivía parte del año. El camino enlosado serpenteaba entre arbustos que expelían una fragancia cítrica relajante, y culminaba al borde del área de piscina, donde una alberca enorme se abría ante la noche.

Ella pasó más allá de ese lugar, el trayecto ayudó a calmar su ánimo, así que cuando entró en la casa ya no se veía tan pálida, en cambio su mano palpitaba debido al dolor.

Una de las mujeres de servicio del lugar la reconoció, le preguntó de inmediato qué necesitaba y al mostrarle la mano herida, su expresión de horror deformó sus facciones; la morena pudo adivinar que no era una persona que pudiese soportar la vista de la sangre porque era una reacción exagerada a u

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