Joseph y Thomas llevaron las pastillas de Sarah al laboratorio.
Los resultados salieron rápido: solo eran vitaminas.
—Nos estuvo mintiendo —dijo Thomas, mirando el reporte con las manos temblorosas—. Su “ataque de pánico”, su alergia… todo era puro cuento.
El rostro de Joseph se puso pálido como la pared, el pecho le subía y bajaba con fuerza.
Si la enfermedad era falsa, ¿qué hay de sus lágrimas y sus excusas?
—¡Al hospital! —gritó Joseph con los ojos rojos—. ¡Ya! ¡Vamos a traer a Cynthia de regreso!
Entraron corriendo; los lentes de Thomas se torcieron de la prisa, mientras chillaba:
—¡Éntrenme el cuerpo de Cynthia!
La doctora, con esa mirada de desprecio hacia los dos directivos, les dijo con toda la frialdad:
—Señor White, ¿me está tomando el pelo?
—Si el cuerpo de Cynthia hablara, seguro diría: “¡Aléjense! ¡No me toquen!” —dijo Joseph, tratando de justificar su desesperación.
Yo flotaba a un lado, y no pude evitar asentir con aprobación.
—¡Es de nuestra familia! —intentaba Joseph u