Este acuario era mucho más grueso que un acuario común.
Carlos levantó la silla y la dejó caer con tanta fuerza que sus manos se entumecieron. A pesar del caos dentro del acuario y el pánico de los peces dorados, el acuario en sí no sufrió ningún daño.
Carlos, furioso, no se detuvo, como si no fuera a descansar hasta destrozarlo, y golpeó de nuevo.
Un golpe, dos golpes.
Hasta que el acuario se rompió por completo, creando un agujero por donde el agua comenzó a salir a chorros, empapando sus pantalones.
Ya no podía preocuparme por nada más. Tomé la ropa y traté de atrapar los peces que saltaban por el suelo, corriendo rápidamente al baño para llenar un recipiente con agua.
Salvarlos era como salvarme a mí misma.
Cuando vi que nadaban tranquilamente en el recipiente, finalmente respiré aliviada.
En ese momento, una gran mano apareció en el borde del recipiente, vertiendo el agua y los peces directamente en el inodoro.
Carlos presionó el botón de la cisterna.
Quedé sorprendida,