—Bueno, quién sabe. Ahora tengo que seguir trabajando, Nueve. Cerra la cortina, que vamos a arreglar el Di
Telia este que lo van a venir a buscar a la tarde.
Nueve era el único del barrio que conocía el secreto de
la eficacia mecánica de don Eleazar. El hombre colocó sus
ollas alrededor del auto y empezó a danzar en el taller,
mientras recitaba los conjuros de los nativos de Sierra
Leona. Con la práctica, había descubierto que la danza
La carpintería seguía cerrada. Eran más de las once y
• Bardo le pareció una exageración esa costumbre de Hugo
de abrir casi al mediodía cuando la noche anterior terminaba con una borrachera inmortal. Ya se habían ido dos
dientas que se habían cansado de esperar y Bardo pensó
que era su deber de amigo entrar a la casilla y despertar
al carpintero. Lo imaginó tirado en el catre, boca abajo,
COn un aliento a alcohol que inundaría la habitación casi
hasta la náusea y pidiendo por favor que lo dejara morir
tranquilo, que esa casilla de mierda y esa carpinte