Alondra me esperaba con una larga sonrisa en la oficina. Sus ojitos brillaban, además, y parecían luceros fulgurando en la noche.
-¿Por qué tanta fiesta, amiga?-, acomodé mi abrigo y mi cartera en la percha que tenemos junto a la pared.
-A que no sabes quién me llamó-, me dijo con su carita pintada de rosa.
-Sabes que reprobé en mis exámenes para convertirme en adivina-, fui irónica, mientras prendía mi ordenador porque tenía que editar todas las fotos y videos que habíamos hecho el día anterior.
-¡¡¡Gaston Brown!!!-, al fin estalló Alondra eufórica, febril y frenética.
¿Lo recuerdan? Es el dueño de Míster Brown, la línea de ropa de caballeros a quien habíamos hecho un encarte a todo color, en papel couché y que fue un gran éxito. Alondra había quedado impactado con lo hermoso que era Gaston pero luego le sobrevino una terrible desilusión porque él nos confesó que era casado.
-¿Quiere un nuevo encarte?-, junté los dientes pensando que la llamada de Brown era solamente por