Palacios recién me atendió al día siguiente. Él me llamó a mi móvil. Yo estaba con Alondra en la imprenta, viendo y constatando el tiraje del catálogo que nos encargó el hipermercado, cuando de pronto zumbó mi celular.
-Te espero hoy a las tres-, me dijo el jefe de la policía.
Lo encontré, entonces, sirviéndose un café. -Hemos tenido un día muy intenso, Patricia-, me dijo confianzudo. Me senté en una silla confortable, crucé las piernas y arreglé mis pelos. Acomodé mi cartera en el regazo porque tenía una minifalda muy corta.
-Hay una pista-, me anunció, finalmente, Palacios. Mi corazón empezó a tamborilear frenético en el pecho. Apreté los puños y junté los dientes.
-Al tipo que mataron, Gudufredo Jaist, tenía muchas deudas en los casinos-, me dijo riendo irónico.
-¿Casinos? Mi marido no apostaba-, me molesté.
-Rudolph también tenía deudas-, me disparó sin clemencia, en medio del corazón.
Eso no lo sabía. Rudolph apostaba en los casinos y yo ignoraba eso por co