Capítulo 3

Elena:

Estúpida y sin dominio propio. Así me siento. Como una jodida títere colgando de las manos de mi padre. 

Doblo las prendas de vestir restantes y las acomodo una encima de la otra, procurando que todo quepa a la perfección para no dejarme nada. Mientras empaco, mi mente no deja de maquinar todo lo que ha ocurrido estos últimos días, desde la fatídica noticia de que papá estaba en el hospital tras una golpiza, hasta la gloriosa noche que tuve con "no sé quién" en la que ocurrió "cierta cosa", de lo cual no recuerdo mucho, pero de alguna forma, no desaparece la idea de la escapada de mi cabeza. 

Me dejo caer sobre el colchón de mi cama y luego de soltar un profundo y melancólico suspiro, me tallo la cara en busca de una paz que bien poco podría durar.

Pienso en mí, en cómo será mi vida desde el jodido momento en el que pise mi nueva casa... «¿Qué casa, de cuál m*****a casa estoy hablando? Ese nunca sería mi hogar». Medito.

Un nudo se forma en mi garganta, tirando toda mi fortaleza interior a una esquina de mi cuarto. En estas circunstancias, dónde mi opinión no vale absolutamente nada, solo puedo sentirme como m****a.

—¿Ele? —pronuncia Evelina desde la puerta de mi habitación. Levanto la mirada y me encuentro con la suya preocupada—. Aquí estás...

A pasos cortos llega hasta mi posición y se sienta a mi lado. Uno de sus brazos me rodea los hombros y dejo caer mi cabeza contra su cuello, luchando contra las ganas de soltar el llanto. 

—Sé que es difícil, yo te entiendo y...

—No Eve, por favor, charlas de motivación es lo menos que necesito ahora, y una m****a, no entiendes nada, no digas que lo haces, no eres tú quien debe casarse con un desconocido y abandonar toda una vida —asevero sin siquiera exaltarme. Cuando la ira me tiene al límite pierdo las fuerzas y las ganas de discutir por cosas que no tienen remedio.

Evelina es nuestra hermana mayor, podría definirla como el orgullo de la familia que Emily —la mediana de las tres—, y yo, nunca podríamos ser. A sus treinta y cuatro años es una mujer realizada, con un maravilloso esposo y dos hermosas hijas gemelas de ocho años. Es la más experimentada y sabia de las tres, a la que recurrimos ante cualquier problema por no tener el apoyo de una madre. 

A Evelina le tocó guiarnos, enseñarnos a ser fuertes y a vivir persiguiendo metas; a Emily, con veintiocho años, le ha correspondido estudiar sin límites, no culmina una carrera para iniciar otra, vive al tope de trabajo y los estudios la excluyen de nuestro pequeño círculo afectivo; y a mí, la menor de las tres, con veinticinco años, recién graduada y con más sueños de los que he podido contar, me ha tocado salvar la vida de las únicas tres personas que tengo. 

No pedí ser la elegida para la cláusula de un contrato ridículo montado por un millonario, y tampoco puedo hacer nada para impedirlo. El dinero tiene más poder que las malditas leyes de un estado, lo cual me ata a un destino del que se me hará difícil escapar. 

Quisiera entenderlo todo, pero las explicaciones son tan pobres que solo me queda acceder, llorar y sentirme desgraciada hasta que un milagro se apiade de mí. 

—Yo... Tienes razón, perdóname... Ojalá pudiera remediarlo, de verdad. —Su voz se quiebra y me besa la sien. 

—Mi pesadilla a penas comienza, no sé cómo podré con todo esto —mascullo, hundida en mi propio agujero, con la mente perdida en pensamientos que no quiero experimentar—, lo odio tanto Eve...

—No digas eso —me susurra, succiona por la nariz y toma mi rostro entre sus manos. Fija sus ojos en los míos y veo sus mejillas encendidas, su semblante triste.

Recorro sus lindas facciones, esas que heredó de la mujer que nos dió la vida. Es la única de las tres que lleva su mismo color de cabello rubio, con unas ondas casi perfectas. Sus ojos verdosos con matices cafés es lo único que tenemos en común, eso y el contorno de unos labios envidiables. Eve siempre ha sido mi ejemplo a seguir, mi motivo más fuerte, mi madre y mi hermana mayor en una misma persona, y la idea de vivir a kilómetros de ella me desarma.

—Es tu padre, pese a todo es tu papá. —Termina de hablar, rozando mis mejillas con sus pulgares de una forma dulce.

—Desde el momento en que me vendió a un desconocido dejó de serlo —recalco con rabia. Frunzo mis labios y ella baja la mirada, dejando escapar un par de lágrimas más.

No espero a que me responda para ponerme de pie y terminar de acomodar mis cosas. No quiero irme de aquí porque es esta mi vida, es este mi hogar... Pero también es la casa del hombre que arruinó mi futuro por no saber controlar sus vicios, y ese motivo es suficiente para querer esfumarme lo más rápido posible.

—Quiero que sepas que no estoy conforme con todo esto Ele, yo voy a hacer todo lo posible por ayudarte, tiene que haber algo que pueda...

—Gracias, pero seamos realistas, ayer cerré un pacto irreversible, dejemos las esperanzas a un lado, porque ya las he perdido —la interrumpo con una seguridad penetrante y decisiva. Ya no tengo nada más que hacer aquí. 

Un nudo se forma en mi garganta cuando culmino de hablar y el sentimiento de impotencia que siento es tan grande que unas ganas de golpear la pared se apoderan de mi cuerpo. 

—Eso es lo último que se pierde, puedes rendirte cuando quieras Elena, yo no lo haré —replica aseverando su palabras, imponiendo una promesa que enciende una pequeña mecha de fé en mi interior. 

Me sumiso ante su declaración. Bajo la mirada, trago en seco. Eve pasa por mi lado sin decir nada, me regala una mirada triste y una lágrima se desliza por su mejilla. Lleva una de sus manos a mi rostro y me acaricia con una ternura que me hace flaquear, caigo rendida a su toque, confío en lo que sus ojos me transmiten y asiento y suelto un profundo suspiro.

Ella se aleja, cerrando la puerta tras su silenciosa retirada. 

Expulso todo el aire acumulado en mis pulmones y agarro mi maleta de mano junto con una mochila. Le doy una última mirada a mi habitación y hago lo mismo con los pasillos que dejo atrás con cada paso que avanzo hacia la puerta. 

La tensión aumenta cuando al bajar las escaleras, me encuentro con el detestable causante de mi estado parado junto a Emily. Lo miro unos segundos, en los que le transmito todo el dolor que siento en estos momentos, quiero que se sienta tan culpable al punto de que llore junto conmigo, pero el maldito es tan orgulloso como canalla. Me avergüenzo de él y de cada una de las promesas que nos hizo a mí y a mis hermanas, esas que nunca pudo cumplir. 

 Desvío la mirada a mi hermana, quien a diferencia de Eve, no se encuentra triste. Su rostro está serio y abre sus brazos para recibirme, o más bien despedirme. Me aproximo a ella y le pido que continúe sus múltiples estudios, y que si es posible, que se marche con su novio Ander a otra ciudad si no quiere pasar por lo mismo que yo. 

 Confío en que eso no vaya a pasar, pero no descarto la posibilidad, ya de papá lo espero todo.

—Estaré rezando por tí, te amo mucho —musita en mi oído y deja un beso en mi cara. 

—También te amo, huye cuando tengas la oportunidad —le digo esto último en voz alta, lo suficiente para que nuestro padre lo escuche. No veo su reacción, pero ojalá sea de culpa.

—Lo haré, no te preocupes por mí, prométeme que vas a cuidarte —me pide y ahora sí veo dejos de tristeza en su semblante.

—Sabes que siempre me cuido, lamento que no pueda oponerme a la cama de un viejo extraño —recalco, alzando nuevamente la voz. 

—¡Ya te dije que no es un viejo Elena! ¡Recuerda que lo harás por tu familia, ten un poco de conciencia! —reclama papá, formando un escándalo que no estoy dispuesta a continuar. Mis hermanas observan en silencio, es increíble el respeto que este hombre nos ha hecho mostrar ante él, ahora me arrepiento de cumplir con todas sus estúpidas reglas. 

—Por eso mismo he firmado, por ellas —las señalo a ambas y regreso la vista a su figura—, porque por tí creeme que no movería ni un dedo.

Sus labios se abren en reproche, sin embargo, basta la mirada de súplica que le lanza Eve para que no conteste. Bien sabe lo mal que me encuentro como para permitir que mi padre siga palpando en mis heridas.

 Me despido de Emily y luego de Eve, a esta última me aferro tanto que duele como el demonio soltarme de su agarre. Juntamos nuestras frentes y tras promesas y palabras de cariño, finalmente nos soltamos. 

Atravieso la puerta del que por veinticinco años fue mi hogar y entro a un auto que ha sido enviado para recogerme y llevarme a un apartamento en Chicago. El chofer guarda mis cosas en el maletero y cuando todo está listo enciende el vehículo. Mi cabeza reposa en la ventanilla y a través de esta les doy una última mirada a mis hermanas, acrecentando el punzante dolor que tengo instaurado en mi frágil pecho. Al señor que las acompaña siquiera le presto atención, este ya no la merece...

El auto se pone en marcha y mi pesadilla inicia veinte kilómetros después.

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