Capítulo 4

Elena

—¿Falta mucho para llegar? —le pregunto al señor que, diez o quince años mayor que yo y vestido de traje, conduce el vehículo que me llevará a mi desgracia.

—Un poco —contesta seco, intercambiando una mirada conmigo a través del espejo retrovisor.

—Gracias —respondo y encuentro entretenimiento en el borde de mi vestido floreado.

Suelto un suspiro profundo y me dejo caer contra el espaldar del asiento. Bajo la mirada y mientras mis dedos se dedican a juguetear con la tela de franela, mi mente viaja a los días dónde la paz de los Jones llegó a su fin.

—Dime qué hiciste ahora papá —soyoza Eve entre lágrimas. Su maquillaje está corrido y tiene el cabello alborotado de lo tanto que se ha movido dentro del hospital.

Emily reposa a mi lado, sentada en un sillón con la mirada perdida como siempre. No opina ni tampoco demuestra preocupación. Y aunque su actitud ha sido siempre la misma, me incomoda la serenidad con la que nos observa en silencio.

La hago a un lado cuando intenta ponerse de pie y tomo la mano de nuestro padre entre las mías. Detallo su rostro, mutilado por los golpes que ha recibido y triste por lo que sea que tiene que decirnos.

—¿Quién ha sido papá por favor? ¡Dinos algo! —le suplico, absorbo con mi nariz y llevo su mano a mis labios para dejar un beso en el torso de ella.

—Perdónenme —logra decir y su voz es interrumpida por débiles quejidos.

Papá llora, se lamenta con sentimiento y pesar. Hace mucho tiempo no le veía así, desde la muerte de mama precisamente.

Las enfermeras nos han dejado solos.

Eve y yo hacemos lo posible porque nos cuente de lo ocurrido, lo cual nos cuesta un poco ante los gemidos desconcertantes que emite segundo tras segundo. Solo pronuncia súplicas de disculpa y llora casi sin fuerzas.

—Necesitamos que nos cuentes, vamos papá, ¿Qué has hecho? —insiste Eve.

—¿Por qué lo interrogas como si hubiese hecho algo Evelina? —le inquiero. Desde que llegamos no para de hacer ese tipo de insinuaciones.

—¡Porque lo conozco Ele, y tú también! ¡Así que para de lamentarte con él y ayúdame a hacer que hable! —exclama en voz alta, me sobresalto y al notarlo cambia su semblante por uno más suave—. ¿En qué rayos te metiste? O nos dices ahora o yo seré la primera en largarme de aquí —farfulla entre dientes, y al no recibir respuesta se acerca a su oído—, no me hagas decirle a Mick que intervenga, como abogado es una estrella papá, habla de una vez.

—No seas tan dura con él —habla Emy finalmente y la mirada asesina que le lanza Eve es suficiente para que mantenga la inutilidad de siempre y guarde silencio.

Yo me limito a esperar respuestas, porque por mucho que me lastime ver a nuestro padre en esa situación, también tengo curiosidad por saber lo que ha pasado, no es la primera vez que se mete en problemas por causa de la bebida y las deudas.

—Ellos... ellos van a... Van a matarlas si yo...

La palabra matar aturde mis oídos y mi corazón se lanza a correr despavorido. Mi respiración se dificulta y trago condifucultad por una declaración tan difícil de digerir.

—¡¿Si tú no qué?! ¡Mierda papá! —gimotea Eve. Gruesas lágrimas corren por sus mejillas y se lleva las manos a la cabeza.

—Si... Si no les pago lo que les... lo que les debo —farfulla y es una daga directo a mi pecho.

—¿Cuánto? —me apresuro en cuestionar antes que Eve, con un temor que produce temblores en mis manos.

—Tres millones de dólares...

—¡Maldito! —El grito de Eve es lo último que escucho antes de sentir mis piernas volverse gelatina y desaparecer en una prolongada oscuridad.

—Maldito...

—¿Cómo? —la voz del conductor me hace salir del trance que mi situación familiar me ha producido y sacudo la cabeza para recomponerme.

Me llevo los dedos a mis sentidos y hago presión en círculos para dispersar el dolor de cabeza que me aqueja.

—Hablaba conmigo misma, señor... —suspendo mis palabras en busca de su nombre.

—Claus, chofer de los Clark y previamente suyo también —contesta dedicándome una dulce mirada por el espejo y ladeo mis labios en una sonrisa triste difícil de no persibir.

—¿Cómo es él? —la pregunta llega sin aviso y luego de hacerla hago silencio.

Ahora mismo eso es lo de menos, con los tantos problemas que me ahogan esto no es exactamente lo que debería preocuparme, pero joder, no paro de pensar en la figura de mi futuro esposo, un rostro que mil veces he intentado construir en mi mente y que siempre termina decepcionandome, porque aunque no tengo opciones más que aceptar lo inevitable, la idea de contraer matrimonio con un señor que desconozco lleva varios días quemando mis razonamientos.

—Disculpe ¿Cómo es quién?

Veo su ceño fruncirse a través del espejo y trago saliva para volver a cuestionar.

—El señor Clark.

—Oh, me pregunta usted por Hero —pausa y maniobra con el volante para tomar una curva—. Bueno, la verdad, no sé exactamente a qué se refiere. Le comunico que hay cierta información de su persona que no estoy autorizado a contestar —declara y fija su mirada en la extensa y poco transitada carretera.

«Hero... Ese es su nombre. Demasiado ¿lindo? para un... ¿Qué edad tendrá ese hombre?».

—Entiendo... Solo quería saber cómo... Nada, olvídelo —tajo y regreso la vista al paisaje que corre tras la ventanilla.

* * *

Claus abre la puerta del auto y bajo con lentitud, como si pizar este suelo desconocido me fuese a atar de por vida a algo que no deseo, lo cual, literalmente, es exactamente lo que me ocurre.

La boca se me cae al piso al presenciar semejante residencia y agarro mi bolso contra mi pecho. Alzo la mirada a la enorme mansión que se extiende frente a mis ojos y me quedo corta con cada halago que le dedica mi mente.

Un precioso jardín repleto de rosas, orquídeas y arbustos verdosos y perfectamente posados me recibe y a pasos lentos y espectantes sigo tras Claus, quien le indica a unos jóvenes vestidos con pantalón oscuro, camisa y chaleco, que carguen mis maletas y me ayuden con mi bolso.

Un pasillo empedrado y con estatuas de mármol a ambos lados nos guía hasta múltiples escalones que conducen a un enorme portón. Parados frente a la enmaderada puerta, Claus se despide de mí con amabilidad y saca su teléfono para llamar a una tal "Sabrina".

Las piernas me tiemblan, agarro las esquinas de mi vestido con mis manos y me mantengo quieta a espera de que abran la dichosa mansión o que llegue la supuesta Sabrina.

El viento desenfrenado me remueve el cabello y las puntas me hacen cosquillas en el rostro. Intento apartarlo sin despeinarlo más de lo que está y la rabia que llevo dentro se acrecienta a medida que los segundos pasan.

—¿Elena Jones?

«Mierda».

Una voz ronca me sorprende a mis espaldas y muerdo el interior de mis mejillas antes de voltearme. Comienzo a experimentar una sensación horrible, pensamientos cargados de rabia e impotencia llegan y se van en cuestión de centécimas de segundos, me cuesta darme la vuelta. No quiero que se acumulen tantas desilusiones en tan pocos minutos, y el rostro del señor Clark es una de las cosas que más me aterra.

—¿Señorita Jones? —insiste y trago en seco, agarrando el valor para girarme y hacerle frente.

«Diablos tengo que hacerlo». Me impongo y, luego de soltar todo el aire acumulado en mis pulmones, giro sobre mi propio eje, encontrándome con algo que deshace todas las esperanzas que tenía de que su apariencia, al menos, no fuese tan torturante.

Definitivamente podría ser mi abuelo. Tiene el cabello blanco debido a su avanzada edad y numerosas arrugas se amontonan por casi todo su perfilado rostro. Tiene ojos color avellana y todo los razgos característicos de un anciano. Lleva traje azul oscuro y corbata de rombos a juego.

No sé cómo podré soportar esto...

—¿Es usted el señor Clark? —suelto sin darle tiempo siquiera a emitir otra palabra antes que yo.

—Bienvenida Elena —se apresura en agregar. Su rostro transmite tranquilidad y dulzura al hablar, me recuerda mucho a mi abuelo Pat, el padre de papá—, soy Monrue, el mayordomo de la mansión, es para mí un placer atenderla hasta que su novio llegue de Londres, si me permite, le muestro su habitación.

¡Madre santísima!

Un alivio enorme me recorre el cuerpo cuando se presenta como el mayordomo y dejo que mis hombros retomen su estado natural y abandonen la rigidez de hace un momento.

«Ele por favor, eso no quita que el verdadero señor Clark no sea un anciano». Indago, pero prefiero engañarme con la idea de que quizá y solo quizá, tenga un poco de suerte con esto, ya que en todo lo demás soy un caso perdido, mi familia como tal lo es gracias a mi padre.

—Por supuesto, gracias —respondo y él me sonríe. Lástima que yo no pueda corresponderle con la misma alegría.

dayiEscritora

Holaaa!! Les va gustando esta historia? Espero que sí. Estén pendientes cada día de las actualizaciones, y no olviden comentar y dejarme sus más sinceras opiniones, estaré encantada de recibirlas. Un besoooo!!!

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