26

Al verme todos me sonríen, los ojos de la señora Gabriela se humedecen y corre hacia mí.

Me da un gran, pero delicado abrazo, yo sé lo agradezco profundamente.

–Estoy tan feliz de que estés de regreso con nosotros–se separa un poco luego de varios segundos y observa mi rostro –¿tienes mucha hambre? 

Yo solo sonreí porque la verdad sí que tengo hambre.

–Vamos–me coge de la mano y me lleva al comedor, donde está puesta para todos y hay mucha comida sobre la mesa.

Son las una de la tarde, por el rostro de todos nadie ha dormido, quizás ni comido así que rápidamente todos toman sus lugares.

En la mesa también veo al hombre que me salvó.

–Gracias por rescatarme– está frente mío, así que no necesito hablar tan fuerte.

–Todo sea por la felicidad de mi sobrino.

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