Capítulo 5. Un Suspiro

Tres días después…

Un vestido largo y blanco con pequeñas gemas cayendo de la suave falda de seda, con arreglos de flores azules y hermosos detalles en el corsé, adornaba la hermosa y esbelta figura de Norah.

Sus finos cabellos plateados, tan delicados como porcelana, estaban peinados en un estilo elegante, con una pequeña corona de gemas blancas y azules adornando su cabeza. Un velo transparente y delicado bajaba sobre su espléndida cara, aunque de ninguna manera arruinaba la fascinante imagen de la novia, en cambio, la exaltaba con misterio y expectación.

Nadie en el reino podría negar que ella era una mujer que se había ganado con su belleza y elegancia, la adoración de una larga fila de pretendientes. Nadie, sin embargo, había esperado que el Duque Albert Bailler, el eterno enemigo de la familia Kobach, sería el ganador de semejante doncella.

Sin embargo, la bella doncella no parecía estar contenta.

Ese día Norah sellaría su vida como esposa de un hombre que no la amaba, y por el que ella de ninguna manera sentía ningún afecto. No debía.

—Milady, sígame por favor, la ceremonia está por comenzar—, el amable caballero que la había llevado a la mansión del Duque, serviría como su escolta hasta el altar.

—Gracias, Sir Kaine.

—Se ve hermosa, Milady, —el hombre le extendió el brazo y la ayudó a salir de la habitación. 

Su comportamiento era educado y respetuoso. El Duque se había asegurado que se le tratara a Norah con la debida cortesía de una Duquesa. Cualquier impertinencia sería duramente castigada. Nadie se atrevía a mostrarse irrespetuoso o murmurar frente a ella.

Todas las mañanas se le daría la mejor comida, se le preparaba el baño caliente con las mejores esencias, y se le servía con la mayor delicadeza. Sin embargo, no había razón para pensar que se le trataba con sinceridad.

Los sirvientes de esa mansión la odiaban. De eso no había duda. Tantos años viviendo bajo la sombra del rencor entre familias, no se ocultarían ni siquiera por el matrimonio.

Por otra parte, el caballero que ahora la escoltaba, la veía con genuina calidez, pero sin poder disfrazar su lástima.

―Será la más bella novia del reino. 

Norah agradeció ese gesto y sonrió, pero no había felicidad en sus ojos.

Nada parecía tener sentido, el desayuno de esa mañana no había tenido sabor, las flores no la alegraban, ni la brisa suprimía su angustia. El bello día que dejaba pasar los rayos de luz a través de los paneles de la iglesia, solo podía describirse como perfecto, pero Norah no lo sentía. No podía verlo, solo había gris en su mirada y cansancio en sus ojos.

La noche anterior pasó como un lento caminar, ella no pudo conciliar el sueño. Sus ojos solo recordaban a su madre. Si pudiera, habría salido huyendo esa misma noche para buscarla, pero sabía que sería imposible. No mientras el Duque la retuviera como un desdichado malandrín con su frágil rehén.

La mañana siguiente sus ojos querían cerrarse, en su cabeza seguían dando vuelta pensamientos de miedo y frustración. La fragilidad de su estado permitió que a las sirvientas les fuera más fácil ayudarla a limpiarse, vestirse y prepararse para la ceremonia. Como un pequeño títere manipulado por finos hilos sostenidos por su amo.

Desde las primeras horas de la mañana, docenas de empleados caminaban por todos lados, se escuchaba el sonido de alboroto en el jardín y en los largos pasillos de la mansión. Por lo menos, la boda sería correspondiente al esplendor de una noble casa como la del Duque de Bailler.

Incluso el vestido y las joyas eran de la más alta calidad y belleza, sin embargo, para una mujer tan hermosa y codiciada como Norah, no era necesario tanta frivolidad, cuando solo su inusual cabello plateado era la envidia de toda joven. No había gema que se le comparara.

Norah caminaba hacia la iglesia con una mirada que no transmitía sentimiento de alegría. Solo esperaba el momento en que sería aprisionada en esa mansión de oro con tan solo una palabra.

Tenía miedo, pero ya no estaba en sus manos controlar su destino, por lo menos no en ese momento. No, en ese instante se convertiría en la esposa del Duque Albert Bailler.

Sir Kaine la guio hasta la capilla donde los invitados, el padre de la iglesia y el novio la estaban esperando. Los adornos eran espléndidos, rosas blancas parecían crecer de las paredes del templo y seducir con su encantador aroma a cualquiera que respirara su frágil perfume.

Los murmullos de la gente ya llegaban a sus oídos, y solo cuando las puertas se abrieron, el silencio se hizo eco y todos voltearon a verla. ¿Quién perdería la oportunidad de observar a semejante belleza, aunque sea solo un instante?

—¿Es ella?

—Sí, ¿Cómo hizo para ser la Duquesa?

—Con esa cara, no era de esperar que cualquier hombre caiga rendido a ella.

—Qué descaro. Seguramente sedujo al Duque para pagar su deuda.

El cuchicheo de las mujeres la acompañó a través del pasillo, a veces se escuchaban las voces llenas de admiración, pero la codicia, la envidia y los celos acallaron cada clamor.

A Norah no le importaba, podían decir lo que quisieran, pero a ella, que ya lo había perdido todo, unos pocos comentarios no le harían daño a su corazón.

En cambio, cada paso a través de esa alfombra que cubría el inmenso pasillo era un pedazo de entierro, un poco de tierra rodeando su alma y cuerpo. Y el hombre responsable estaba parado al final del pasillo mirándola con sus ojos grises y peligrosos.

No había duda de que era apuesto, y si fuera en otra ocasión, ella sentiría dicha entregándose a ese hombre. Alto, con su cabello azabache, bien peinado hacia atrás, con pómulos fuertes y labios finos. Sin embargo, lo que más resaltaba era su fiera y fría mirada, con esos ojos grises que atrapaban con solo un vistazo.

Usando su traje de caballero con las medallas colgando de su saco, que, a pesar de todo, no podía ocultar su musculatura y gallardía; se veía cómo un príncipe encantador que rescataría sin dudar a su damisela, pero no lo era. Para Norah, él solo era el carcelero de su vida, y el máximo cobrador de la deuda. 

Cuando llegó al altar, lo siguiente fue mecánico, ni siquiera sabía en qué momento había pronunciado el sí; o el instante en que el hombre le había deslizado el anillo, y ella le había regresado el gesto. Después, como sello del acuerdo, las manos de él levantaron el velo, dejando que una oleada de suspiros la despertará por un segundo; pero no, al final no fue suficiente, sus ojos seguían vacíos.

De repente, sin aviso, ni señal, los suaves labios del hombre se posaron en sus labios llenando el vacío con sorpresa.

—Mm… Espera— Norah sintió la mirada del hombre y la pequeña sonrisa salir de su boca, ella quería protestar y alejarlo, pero Albert aprovechó ese momento y hundió su lengua en su boca.

Ahora más suspiros y vítores llenaron el lugar, el aplauso se volvió inmenso, pero Norah, a la que habían capturado con solo un beso, solo pudo dejarse llevar. Lo rodeo con sus brazos cuando él parecía navegar más su boca. Solo después de unos segundos más la dejó.

Su primer beso resultó ser con su peor enemigo.

―Ahora eres mía, Norah.

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