Norah suspiró y se movió con los puños cerrados a cada lado de su cuerpo. Solo tres pasos hacia Albert, pero nada más, no podía acercarse o sería devorada sin más.
—¿Ahora podemos hablar, milord?
Albert sonrió y regresó a su silla, con un dedo le indicó el lugar donde debía sentarse para escuchar sus palabras. Su regazo.
—Es usted…
—¿Un apuesto caballero, gallardo y galante?
—Un descarado.
Una pequeña risa inundó el salón y Norah no pudo más que sonrojarse. Sin embargo, aún sin entender la razón, le gustaba