Nina
“¿Qué te ha pasado?”, dijo Enzo en cuanto cerré la puerta, corriendo hacia mí, cogiéndome los hombros con las manos y mirándome de arriba abajo. Me encogí de hombros y atravesé cojeando la habitación, donde me quité los zapatos llenos de barro y me senté en el escritorio para descansar la pierna herida.
“¿Has contratado a un esqueleto parlante para que sea mi guardaespaldas?”, susurré, bajando la voz para que Lori no pudiera oírme.
Enzo cruzó los brazos sobre el pecho. “Está claro que necesitas protección, a juzgar por tu estado actual”, respondió.
Me eché a reír. “Tengo este aspecto porque estaba huyendo de tu guardaespaldas. Al menos podrías haberme avisado”.
“Sí, bueno, quizá si no hubieras huido de mí anoche y la noche anterior, habría tenido la oportunidad”, gruñó Enzo.
Puse los ojos en blanco y fui a levantarme, pero un dolor agudo me atravesó la pierna y volví a caer en la silla con un gemido. Enzo corrió hacia mí y se arrodilló frente a mí. Me aparté cuando fue