Regreso a la mesa donde cenamos y ya había pagado la cuenta, me toma de la mano y me da un tierno beso en los labios.
- ¿Vamos a dar un paseo por la playa? – pregunta.
- Sí claro, como rechazar una invitación tan romántica– bromeo.
Después de dejar una suculenta propina en la mesa, salimos del restaurante, cruzamos la calle y nos sentamos en uno de los asientos que están en la vereda antes de ingresar a la arena. Nos quitamos los zapatos y nos adentramos a la playa, la noche esta estrellada, la luna ilumina y dibuja un precioso camino en el mar, el sonido de las olas y la suave brisa acompañan nuestros pasos. Lo bueno de La Serena es que no hace ni frio ni calor en estas fechas, por lo que es muy agradable el paseo.
- Sentémonos aquí – señala Diego.
Se quita su chaqueta y la dobla como una almohada donde nuestras cabezas se apoyan juntas para poder observar las estrellas. Por varios minutos estuvimos en silencio, toma mi mano y entrelaza sus dedos con los míos, con su pulgar acaricia