—Pa... papá... ¿qué haces aquí?
María, incrédula ante la repentina aparición de Antonio, dejó caer el cuchillo del susto. Cambié mi expresión serena por una de angustia, con lágrimas en los ojos:
—Antonio, ¿por qué tardaste tanto? ¡Casi no volvemos a verte, tu hijo y yo!
Mi tono entre dolido y reprochador lo ablandó instantáneamente. Me desató las cuerdas y me abrazó fuertemente, como si hubiera recuperado un tesoro perdido:
—Perdóname por llegar tarde. No temas, siempre te protegeré.
Mientras sollozaba en su pecho, lancé una mirada desafiante a María, quien permanecía inmóvil. Ella enloqueció e intentó arrancarme de los brazos de Antonio:
—¡Papá, está actuando! ¡Es una cualquiera!
Temblé más fuerte:
—Antonio, quería matar a nuestro hijo...
Esta vez, Antonio le dio una bofetada a María. Ella, tocándose la mejilla hinchada, lo miró incrédula:
—Papá, ¿me pegas por esta inferior? ¡Nunca me habías pegado!
Antonio rugió:
—¡Basta! —y ordenó a los guardaespaldas—: La señorita ha enloquecido,