—Tranquila, cariño, no te enfades. De ahora en adelante, solo tú me elogiarás. —Lisandro tiró de las sábanas, cubriéndolos a ambos.
—¡Ay, duele, más suave...!
*
La luz del amanecer se colaba por las rendijas de las cortinas. Ximena, con sus pestañas rizadas, se acomodó en los fuertes brazos de Lisan