Samuel no sabía qué había dicho para hacer cambiar de opinión a Rocío. De repente, ella dejó de llorar y, levantando su rostro cubierto de lágrimas, preguntó con una mezcla de orgullo y capricho:
—¿Y si te digo que me gustas tú?
—¿Qué? —exclamó Samuel, saltando del suelo y sacudiéndose el polvo de l