—¡Todos ustedes, fuera de aquí!
Con un rugido bajo, los policías no se atrevieron a detenerlo. Entró rápidamente en la habitación y al ver a Ximena, pálida y con los ojos cerrados, yaciendo en la cama como una delicada muñeca de porcelana, sintió un fuerte apretón en el pecho. Tomó firmemente la man