Ximena tuvo el impulso de acariciar la cabecita de Mateo, pero al levantar su mano, dudó y la dejó suspendida en el aire.
Lisandro jamás hubiera imaginado que Ximena y Mateo se llevarían tan bien.
Felicia, temiendo que Lisandro regañara a Mateo, corrió hacia él, levantando su pequeña carita y tomando la mano de Lisandro suplicó:
—¡Tío, por favor, perdona a mi hermano! ¡Él no se escapó, solo vino al kínder a buscarme!
—¡Fui yo quien lo trajo a casa!
—Si vas a regañar a alguien, ¡hazlo conmig