Amelia Punto de Vista
Fruncí el ceño mientras pasaban los minutos y mi jefe aún no había vuelto a su despacho. Me había ido un momento a rellenar mi café y cuando volví, ya no estaba. Y todavía continuaba fuera cuando en pocos minutos tenía programada una videollamada con un distribuidor europeo. No era propio de él llegar tarde o hacer cosas de última hora. Albert Torrens era un hombre centrado y meticuloso con su trabajo. Entonces, ¿qué le había sacado de su oficina, especialmente justo antes de una reunión tan importante?
Andi, la asistente de la matriarca y jefa de Torrens Incorporated, Margaret Torrens, entró en mi área de trabajo.—¿Qué ocurre? —preguntó.—Tenemos una llamada importante en unos minutos y mi jefe está ausente. Tiene que cerrar este negocio hoy —dije, revisando mis archivos por enésima vez para que, cuando llegara, estuviera preparada para reunirme con él—. ¿Lo has visto?—Margaret convocó una reunión de última hora, así que está en la sala de conferencias con sus hermanos. Al menos, los hermanos que trabajan. —Puso los ojos en blanco y supe que estaba pensando en Noé, el único hermano al que no parecía importarle el negocio—. Se está preparando para retirarse y quería contarles sus planes y expectativas.—¿Albert será el director general? —Por lo que a mí respecta, él era el más adecuado para el papel. AunquePerseo y Carter eran grandes activos, en mi opinión Albert era más capaz de mantener la vista en el panorama general y de imponer el respeto y la atención de los demás dentro y fuera de la empresa.—Director de operaciones. No quiere un director general. Tienen que gestionarlo juntos por igual. —Los hermanos parecían llevarse bien, pero seguía pareciendo que debía de haber alguien al mando—. Por cierto —añadió, posando su cadera en la esquina de mi escritorio—. Les dije que se retiraba para pasar más tiempo con su novio surfista.Me reí. —Es imposible que se lo hayan creído. —Se encogió de hombros. —No lo descartaron.Albert se apresuró hacia su oficina, moviendo la cabeza hacia ella al pasar por delante de mí.—Creo que te reclaman —dijo Andi. Recogí los archivos. —Es una llamada importante.—¿Crees que alguna vez se relaja? Tengo la teoría de que necesita echar un polvo. —Andi se levantó para apartarse de mi camino.—Crees que todo el mundo necesita echar un polvo dije, cogiendo mi bolígrafo.—Es cierto. Pero Albert en particular. Es un tipo guapo. Rico. Inteligente. Debería tener novias a patadas, pero en cambio trabaja como un loco. ¿Cuándo crees que fue la última vez que tuvo sexo?—No lo sé. Y no me metas ideas así en la cabeza. No necesito entrar y estar pensando en mi jefe en la cama. Ella sonrió. —No sé, podría ser una imagen agradable. —Di la vuelta a mi escritorio para meterme en el despacho de Albert. —Te veo luego.—Sí. —Andi se marchó a su despacho.Entré en el despacho de Albert y me dirigí a su escritorio. Él ya tenía sus notas y archivos listos. Puse los míos al lado de los suyos, dispuesta a ofrecerle ayuda para proporcionarle los datos o la información que necesitara.—¿Estamos preparados para la llamada? —preguntó mientras echaba un vistazo a los archivos que le había puesto delante.—Sí, señor. —Consulté mi reloj—. Debería llamar en dos minutos más o menos.—¿Tenemos los datos de la cuota de mercado de cada país de la UE? —preguntó.—Sí, señor. Aquí mismo. Los tengo ordenados alfabéticamente por países o en esta lista, por ventas potenciales. —Le entregué los papeles y los escaneó rápido. También tengo información sobre nuestros competidores allí e hice quePerseo elaborara una lista de ventajas de nuestros productos sobre los de ellos. —Le entregué la información—. Si sabe que Torrens va a venir a Europa pase lo que pase y que va a dominar el mercado, puede que le influya. MAP y todo eso.Albert me miró. —¿MAP?—¿Miedo a perder? —Me encogí de hombros—. El punto es atraerlo a aceptar el trato para que nadie más pueda ofrecérselo.Me estudió por un momento con esos profundos ojos azules. Andi tenía razón. Era guapo. Tenía toda la pinta de ser un playboy multimillonario, pero no lo era. Estaba demasiado centrado en la empresa.—Eres excelente en tu trabajo, señora Nichols.Cómo me gustó que reconociera mi trabajo. —Gracias, señor Torrens.—Necesito cerrar este trato hoy. Haré casi cualquier cosa para que eso suceda. La ventana de oportunidades se está cerrando si queremos estar listos para la distribución en otoño.Como su asistente, sentí la presión que tenía tanto como él. Sabía que hoy era, a todas luces, un día clave para el acuerdo. —Haré todo lo que pueda para ayudar. —El ordenador de su mesa sonó.—Hora del espectáculo —dijo, pulsando el ratón para responder a la videollamada.El señor Amer Len apareció en la pantalla. No era mucho mayor que Albert y, al igual que este, trabajaba en el negocio de su familia, del que se hizo cargo cuando su padre se jubiló. A diferencia de Albert, parecía un hombre que disfrutaba de la vida. O tal vez era solo su aspecto europeo. Mientras que la corbata de Albert estaba bien ajustada, el señor Amer Len no se molestaba en llevar una y en su lugar llevaba la camisa con los primeros botones desabrochados. Su cabello oscuro estaba peinado hacia atrás, pero tenía un aspecto barrido por el viento, como si acabara de bajarse de un descapotable después de conducir por la Costa Azul.—Señor Torrens, ¿cómo está? —El acento francés del señor Amer Len salió del ordenador.—Por favor, llámame Albert. Me va bien. ¿Y a ti?—Muy bien. Muy bien. Estoy deseando celebrar un trato con algo de vino y quizás un poco de amor con mi mujer esta noche.Las mejillas de Albert se tiñeron de rosa. Esa era otra característica de los franceses, o tal vez era solo del señor.Amer Len, pero era bastante franco sobre los muchos aspectos sensuales de la vida, incluyendo el sexo. Me pregunté si alguna vez le habría preguntado a Albert si tenía sexo.—Bueno, entonces, vayamos al grano —dijo Albert—. Creo que mi asistente te envió todos los detalles de nuestra última llamada. ¿Tuviste tiempo de revisarlos?—Sí, sí. Y parecen bastante favorables.—Entonces, ¿estás listo para firmar? —Albert extendió la mano y le pasé el contrato que habíamos redactado. Él tenía uno y el señorAmer Len otro.—Tengo que ser sincero, señor Torrens... er... Albert. Mis preocupaciones no son sobre los términos del acuerdo.—¿Hay algo que te preocupa? —Albert mantuvo su rostro impasible, pero pude ver cómo la tensión se acumulaba en sus anchos hombros.—No sobre las condiciones, sino sobre Torrens Incorporated.Albert apretó la mandíbula.—Ya. Los beneficios de la empresa han aumentado un ocho por ciento este año. —Albert se lanzó a hablar de la solidez financiera de la empresa, pero al hacerlo, noté que los ojos del señor Amer Len empezaban a brillar. Tras haber hecho mi investigación sobreAmer Len, me pregunté si su preocupación era menos sobre la estabilidad de la empresa.Amer Len heredó el negocio de su padre, quien lo heredó del suyo, y así sucesivamente durante casi ciento cincuenta años. Era un hombre impregnado de historia familiar. También me enteré de que parecía preferir hacer negocios con otras empresas que tenían una larga tradición familiar.Decidí ayudar a Albert. —No olvides que Torrens Incorporated fue fundada hace cincuenta años por Margaret Torrens, la abuela del señor Torrens. Incluso cuando ella se prepara para jubilarse, sus cuatro nietos ya están muy involucrados en el negocio y comprometidos con la continuación de su legado.Albert no me miró, y me preocupó que tal vez me hubiera excedido. El señor Amer Len sonrió. —Soy consciente de la historia de su empresa. Es una de las razones por las que estoy negociando con vosotros. Quizá debáis saber que preferimos trabajar con empresas familiares. Ofrecen estabilidad y un legado que cada generación quiere proteger. Sin embargo, ninguno de todos esos nietos de la señora Torrens está casado o comprometido. No tienen hijos que continúen con el negocio.—Todavía son jóvenes —dije. Después de todo, Albert solo tenía veintiocho años y era el mayor.—Me he centrado en el negocio de mi familia —añadió Albert.—Sí, por supuesto. Sin embargo, cuando tu abuela se jubile, ¿qué va a impedir que los cuatro hermanos disuelvan la empresa o la vendan? Podrían ir cada uno por su lado y nos quedaríamos con un trato que no queremos —dijo el señor Amer Len.En mi opinión, también podrían separarse o vender si estuvieran casados, pero supuse que estaba pensando que con esposas y familias los hermanos Torrens tendrían un mayor sentido del deber de transmitir el negocio a sus hijos.Albert se enderezó en la silla. De pie junto a él, y observándolo, me pregunté qué estaría pasando por su cabeza. Ni él ni sus hermanos tenían perspectivas de matrimonio, que yo supiera. Su padre era viudo, pero hacía muchos años que no se relacionaba con la empresa. Desde mucho antes de que yo empezara, incluso.—No tienes que preocuparte de que la propiedad familiar de la empresa termine con mi generación. Tengo toda la intención de que mis hijos participen en ella.El señorAmer Len sonrió. —Sí, pero no tienes hijos, a no ser que yo los desconozca.—Todavía no los tengo —admitió Albert.—Tampoco una esposa. De hecho, mi investigación sugiere que no sales mucho.Investigar a los posibles socios comerciales era algo habitual, pero imaginé que para Albert seguía siendo espeluznante saber que el señor Amer Len había indagado en su vida. Volvió a tensársele la mandíbula.—Yo trabajo. Estoy casado con mi empresa. Eso debería contar para algo.La expresión del señorAmer Len sugería que no estaba convencido. Albert me miró. Sonreí, esperando animarlo. Volvió a mirar la pantalla. —La verdad es que he estado viendo a alguien y bueno... nos hemos comprometido recientemente, pero lo hemos mantenido en secreto.Era extraño la maraña de celos que sentía por eso. Lo sabía todo sobre este hombre, ¿cómo no sabía que estaba viendo a alguien? ¿Y que se había comprometido? ¿Por qué iba a ocultar eso a sus hermanos y a su abuela?—Ah ¿sí? Cuéntamelo —dijo el señor Amer Len.—Sé que es un poco cliché —comenzó Albert—. Supongo que fueron todas las largas horas que pasamos juntos.Fruncí el ceño mientras intentaba averiguar con quién había estado trabajando muchas horas aparte de mí. La mirada del señor Amer Len se dirigió a mí y luego volvió a mirar a Albert. —¿Estás diciendo que estás comprometido con tu asistente?¿Qué?La mano de Albert cubrió la mía sobre su escritorio. —Sí. Estoy comprometido con la señora... Amelia y yo planeamos casarnos pronto.Albert Punto de VistaHabía perdido la cabeza. Acababa de sugerir que me casaba con mi asistente para cerrar un negocio. La estaba tocando de manera personal. La señora Nichols seguro que me demandaba por acoso sexual.Pero necesitaba este trato y seguramente habría una manera de hacer feliz a Amer Len sin tener que casarme. Podía comprometerme, cerrar este trato, y como Amer Len experimentaría una gran relación comercial con Torrens Incorporated no importaría si estaba casado o no. En ese momento, la señora Nichols y yo podríamos cancelar tranquilamente la boda.—¡Felicidades! —exclamó Amer Len—. Tengo algo más que celebrar con mi esposa esta noche. Somos unos románticos empedernidos.Me pregunté si eso estaba en el ADN francés. Miré a la señora Nichols, que estaba a mi lado, con la esperanza de que estuviera de acuerdo. Tenía los ojos muy abiertos y estaba seguro de que iba a desenmascarar mi mentira. Dios, solo podía imaginar lo que Amer Len pensaría de mí entonces.—No esperabas q
Amelia Punto de VistaA veces, tenía experiencias que, en retrospectiva, me preguntaba si había entendido mal la situación. Quizá no había escuchado bien la conversación. Eso era lo que pensaba de la conversación con Albert y el señor Len. Pero cada vez que repetía la teleconferencia en mi cabeza, llegaba a la misma conclusión; Albert Torrens me había pedido que fingiera casarme con él por un negocio. Pero luego pensaba que eso no podía ser cierto. Era mi jefe. Era un hombre serio, centrado y con integridad. No podía haber sugerido que viajáramos a Italia para casarnos.Durante el resto del día, discutí conmigo misma sobre lo que había pasado. Y para cuando me dirigía a casa, todavía no podía estar segura de que él quisiera decir lo que había dicho o de que yo hubiera entendido lo que había querido decir. La única solución era contárselo a mi hermana y ver qué pensaba. Mary era más que mi hermana y compañera de piso; también era mi mejor amiga. Confiaba en ella y sentía que podría ayu
Albert Punto de VistaEn lo que iba de mañana no había visto ningún documento legal que indicara que la señora Nichols iba a demandarme. Pero era temprano. No dejé de darle vueltas en toda la noche a la idea de que iba a darse cuenta de la oportunidad que se le presentaba con mi ridícula propuesta. ¿Por qué aceptar un cheque cuando podía demandarme por millones? No es que ella fuera del tipo litigioso u oportunista, pero me había pasado de la raya.Mi abuela estaría muy decepcionada. Eso me quemaba las tripas. Había trabajado muy duro para llenar el lugar que mi padre había abandonado tras la muerte de mi madre. No es que lo culpara. Yo tenía diez años cuando ella murió. Noah solo cinco. Mi padre, al que nunca le gustaron los negocios, prefirió quedarse en casa y criarnos a mí y a mis hermanos. Mi abuela lo apoyó emocional y económicamente para que eso sucediera. Pero, cuando crecí, pude ver que mi padre nunca se recuperó de la pérdida de mi madre. Y me di cuenta de que mi abuela espe
Amelia Punto de VistaTorrens Incorporated era una empresa familiar en todos los sentidos, así que era imposible que Albert y yo pudiéramos llevar a cabo esta farsa sin que su familia lo supiera. Por ese motivo no me preocupaba convencer a Andi de que fuera de compras conmigo. Margaret estaba fuera por la mañana y el horario de Andi era lo suficientemente flexible como para tomarse unas horas para ayudarme. Además, era por el negocio.Resultó que ella estaba mucho más interesada en las compras de la boda que yo.—Llevará un traje, ¿no crees? —me dijo mientras manoseaba las filas y filas de vestidos de novia en una boutique de disfraces a la que habíamos ido—. No un esmoquin.—No lo sé. —Ni siquiera se me ocurrió preguntarle.—Creo que un traje. Y es en Italia, así que debería de ser algo clásico y con encaje. Oh, y un poco sexy también.—Nada de sexy. No soy así —dije. Me miró por encima del hombro. —Si no hay sexy, Len podría sospechar. Toda novia no solo quiere estar guapa, sino qu
Albert Punto de VistaUna cosa era planear una locura como casarse de forma fraudulenta con mi asistente, pero llevarla a cabo era una experiencia totalmente nueva con la que me costaba lidiar. No se trataba de la actividad vertiginosa para conseguir un pasaporte, ni de entregarle algún trabajo a mis hermanos mientras intentaba mantener a mi abuela al margen, ni de averiguar qué traje me pondría para pronunciar mis falsos votos. No, la dificultad radicaba en sentarse en un asiento de primera clase junto a mi asistente mientras nos preparábamos para volar a Italia para una boda falsa.Nunca había viajado con ella, y aunque lo hubiera hecho, habría seguido siendo profesional. No es que esta situación fuera a convertirse en algo personal, pero como mi falsa prometida, tampoco podía tratarla como mi asistente. ¿La cogía de la mano o la rodeaba con el brazo? ¿Esperaba que la besara? Me estaba volviendo jodidamente loco no saber cómo debía comportarme para llevar a cabo la farsa sin que ell
Amelia Punto de VistaCambiaría totalmente mi boda de ensueño en la playa por una aquí en, Belle Amour. La casa, los jardines, todo era impresionante. Había visto fotos de Italia en libros y en Internet, pero las fotos no hacían justicia a la realidad.Había habido algunos momentos incómodos con Albert en el avión, pero una vez que acordamos pensar en nuestra relación como una amistad, él pareció relajarse, lo que hizo que yo también me relajara. Eso me permitió centrar mi atención en este viaje que sería único en mi vida, e hice la promesa de aprovecharlo al máximo. Haría fotos, aunque sabía que no serían tan buenas como las reales. Quería compartirlo con Mary en la medida de lo posible. Saqué mi teléfono y tomé una foto de la casa para enviársela por mensaje.Paolo aparcó el coche y salió, abriéndome la puerta. Al bajar respiré el aire limpio de la Toscana y suspiré; Olía como debería oler Italia.Albert salió por mi lado y me puso la mano en la espalda. Oh sí, puede que seamos amig
Albert Punto de VistaOh, estaba casi desnuda y era impresionante. No vi mucho y no por mucho tiempo, pero lo que vi me dejó sin aliento. Hombros de nácar por los que quería arrastrar mis labios. Una larga y espesa cabellera castaña que mis dedos ansiaban tocar. Su toalla estaba ajustada alrededor de su cuerpo, mostrando los fantásticos globos de sus nalgas. Y sus piernas desnudas... Dios... lo que haría por tenerlas alrededor de mis caderas.La vi un momento y, en un instante, desapareció tras la puerta del dormitorio. Tal vez lo había soñado, pero mi entrepierna estaba tan dura y dolorosa en mis pantalones que no podía ser una ilusión.Sin embargo, yo era su jefe. No podía pensar en ella como un objeto sexual. La imagen de su cuerpo con la toalla volvió a aparecer en mi cerebro. ¿Cómo diablos podía dejar de pensar en ella de esa manera?Intenté volver a concentrarme en los correos electrónicos que estaba revisando, pero fue inútil. Así que decidí ducharme. Tal vez enfriaría el ardor
Amelia Punto de VistaMe desperté sobresaltada, sin saber dónde estaba. Entonces, todo me vino a la mente. Estaba en Italia con mi jefe. Hoy me iba a casar. Más o menos.Mientras contemplaba las flores, mi precioso vestido y el sonido de un cuarteto de cuerda, me pregunté si esta hermosa boda falsa arruinaría de algún modo el disfrute de la real cuando me casara de verdad. Hoy era como un cuento de hadas; una boda con la que todas las chicas soñaban. Pero no era real. Cuando me casara de verdad, lo más seguro es que fuese una boda pequeña. Tendría que esperar que mi amor por mi marido hiciera que no importara que no nos casáramos en Italia.A Albert se lo llevaron temprano por la mañana. Jean y un equipo de personas estaban conmigo preparándome. Después de que su estilista me peinara y maquillara, me puse el caro vestido que había comprado en San Diego.—Vaya, Amelia. Eres una visión —me dijo Jean cuando por fin estaba arreglada.—¿Tú crees? —Me miré en el espejo y tengo que admitir q