Con los ojos muy abiertos, Enzo se removió en la cama de un lado a otro, sin poder conciliar el sueño. Miró la hora desde su teléfono, y notó que eran las once de la noche.
Y aunque su día había sido difícil, la euforia por lo que había vivido con Gianna, lo mantenía alerta, si, poder cerrar sus ojos, o sacarla de su mente por un minuto.
Se sentó en la cama y aspiró el aire. Solo tenía una sudadera puesta cubriendo sus piernas, ya que por lo general dormía sin camisa.
Caminó por la habitación, y decidió ir a la cocina a buscar agua fría, entonces cuando bajó las escaleras, pudo notar que las luces bajas de la cocina estaban encendidas, y no pudo evitar fruncir el ceño para acercarse de forma lenta.
Le tomó por sorpresa ver allí de pie a Gianna, que sostenía un vaso en sus manos, mientras observaba al jardín detenidamente. Y esto lo hizo sonreír.
—Hola… —ella saltó de inmediato, y él se apresuró en llegar a su sitio para tocar su espalda—. Soy yo…
Gianna se giró con las mejillas rojas.