Capítulo 5.
Cuando salí por la puerta trasera de la finca de los Bravo, solo vestía mi ropa interior.

El aire nocturno me mordía la piel como mil dagas pequeñas. Mis pies desnudos tocaron el frío camino de piedra, enviando descargas de hielo hasta mis huesos.

Pero no me inmuté, no les daría el gusto de verme rendida.

Mi loba gimió débilmente dentro de mí, aún tambaleándose por la pérdida de las piedras lunares que la mantenían fuerte. Sin ellas, no era más que la sombra de lo que había sido, como yo.

Frente a las puertas de la finca, se había reunido una multitud de reporteros, como buitres al acecho de carroña. En cuanto me vieron, se lanzaron hacia mí con un entusiasmo depredador.

Destellos de cámara explotaron en mi rostro, dejándome temporalmente ciega.

—¡Señorita Alejandra! —Gritaban— ¿Cómo se siente al ser expulsada de la manada?

—¿Es cierto que le raparon todo el pelaje a tu loba como castigo?

—¿Qué respondes a las acusaciones de que intentaste seducir al Alfa?

Las preguntas caían como bala
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