Cuando sonó el timbre anunciando el receso de clases, los dos hermanos salieron del baño abandonado, perdiéndose entre la horda de estudiantes y profesores que avanzaban por los pasillos con caras de muertos vivientes.
Ninguno de los dos dijo nada respecto a la falta de dominios que la loba gris tenía sobre sus habilidades, o incluso, lo peligroso que aquello podría ser para ambos. No.
Cómo buenos mentirosos, ambos hermanos caminaron por los pasillos en silencio, con las manos deslizadas en los bolsillos y rostros cansados, al igual que el resto de sus compañeros.
Ellos podrían engañar a cualquiera, o al menos a casi cualquiera.
No al muchacho de mirada nocturna y cabellera dorada,