Los hijos de la luna
Los hijos de la luna
Por: Maya Briceño
Prólogo

Trago saliva escuchando las fuertes pisadas de los hombres en la sala mientras estoy escondida en el sótano junto a mi abuelo y mi hermana mayor, los miro a los dos y parecen estar comunicándose, Leila me mira y suspira asintiendo.

— Pase lo que pase, hazle caso al abuelo, Lory — frunzo el ceño y veo que el abuelo le da un collar, se lo pone para luego abrazarme con fuerza y salir por la puerta, niego comenzando a llorar.

— No puedes dejar que se la lleven… — susurro, se escucha el aullido de un lobo, el abuelo me toma de la mano y a la vez una bolso que no había notado — Se han llevado a Leila, abuelo, se la han llevado lejos — sigo llorando mientras me sube a la camioneta.

— Lo sé, cariño, pero no podía hacer nada, tienes que irte del pueblo, ve a la ciudad, allá te quedaras con tu tía Lola — frunzo el ceño viendo que nos alejamos de la cabaña y nos adentramos al pueblo.

— No puedo irme, no puedo irme sin mi hermana, abuelo — me ignora, bajamos de la camioneta cuando llegamos a la estación de trenes, me toma de los hombros.

— Escúchame bien, Lory, pase lo que pase, no regreses a este pueblo, por favor…  — no entendía lo  que trataba de decirme mi abuelo pero si se veía así de preocupado como para decir que no vuelva al pueblo, es porque algo malo sucedió como para que se llevaran a mi hermana y yo tenga que escapar.

— No te preocupes, abuelito — lo abrazo y se escucha el sonido del tren a punto de marchar — ¿Te veré pronto?  — asiente y entro al tren.

Lo siguiente que sucedió de esa despedida fue que pasaron 12 años y yo había regresado al pueblo, aunque mi abuelo había dicho que no volviera, yo no había prometido nada pero ahora que falleció y la cabaña quedó a mi nombre, no me pude quedar de brazos cruzados aunque tuviera una vida establecida en la ciudad.

— ¿Estas segura de que te quieres quedar? — pregunta mi tía Lola por teléfono, al parecer nerviosa porque me quedare en la vieja cabaña fuera del pueblo y cerca de un gran bosque inexplorado que nadie se había atrevido a explorar por los lobos, ese viejo cuento de hada de que en el bosque de Vanille habitan los hombres lobos.

— Tranquila, no me pasara nada — cuelgo y entro a la cabaña después de meter la última caja, solo será una semana, vendo la casa y regreso a la ciudad.

(…)

Me despierto exaltada al escuchar un ruido proveniente de la cocina, tomo el hacha de mi abuelo y salgo de mi habitación, me agacho buscando la linterna que deje en la caja fuera del cuarto y comienzo a bajar las escaleras con ayuda de la luz de la luna que entra por la ventana, ya en el pasillo escucho con atención, puedo escuchar murmullos.

¿Alguien entró a la cabaña?

— No hagas ruido, Liz — escucho la voz de un niño, lo que me deja anonada, sin esperar mucho entro a la cocina y enciendo la luz de está viendo a dos niños medio desnudos recogiendo lo que tumbaron al parecer, me miran ambos, sus ojos brillantes me impresionan pero más el pequeño parecido de la niña con mi hermana.

— Tía Lory… — dice la pequeña de unos 10 años, el niño se golpea la cabeza con la palma de su mano como si no hubieran planeado algo así.

(…)

Los niños toman de la taza de chocolate en la cocina sentados sobre la mesa mientras miro por la ventana el jardín poblado y más allá de la división de bloque el inmenso bosque. Me volteo viéndolos cubiertos por dos mantas y me cruzo de brazos.

— A ver si entendí, son hijos de mi hermana Leila… ella está muerta y ustedes se escaparon de su padre — digo y ambos se miran y asienten — Encima de que salieron del bosque — asienten por segunda vez.

La puerta se abre de golpe haciendo que me eche para atrás dándole la espalda a los niños, un lobo enorme entra a la cocina, miro la hacha en la puerta hacia el pasillo, pero está muy lejos.

— Él es nuestro padre — dice la pequeña Liz como si nada, la miro un momento y no parece para nada asustada, miro a Karl que tampoco está asustado sino aburrido.

— Niños, ¿Están bien de la cabeza? — pregunto extrañada de lo que estoy viendo con mis ojos, el lobo se transforma delante de mí aparece un hombre alto con cabellera negra y larga, cuerpo ejercitado con una mirada penetrante y ojos azul brillante, casi eléctricos, un hombre que salido de alguna novela vikinga estaba en la puerta hacia el jardín y desnudo. 

— ¿Qué demonios es esto? ¿Mi luna es una humana? — pregunta haciendo que mi piel se erice con esa profunda voz.

— Creo que estoy soñando — caigo al suelo y todo se vuelve oscuro.

Era una niña cuando mi abuelo hablaba de los hombres lobos, sobre la manada que vivía en el bosque Vanille, contaba todo con tanto detalle que le creí en un momento pero al paso que crecí, esos cuentos de hadas era más que eso, cuentos y ya.

— ¡¿Cómo quieres que me calme si todos estos 12 años he sido engañado por Leila?! ¡Mi luna es una simple mortal, Arturo! — se escucha gritar, abro mis ojos y me siento en la enorme cama, miro a mi alrededor notando que estoy en un lugar desconocido.

— Despertaste — escucho a mi lado la voz de Liz, la miro — No creí que te desmayaría tan fácilmente — se ríe, Karl la mira y luego a mí.

— Sé que te parecerá loco de creer porque eres una humana pero no estas soñado, bienvenida a la manada Vanille del norte — dice el chico, miro hacia la puerta que se abre y el hombre que estaba en mi puerta me apunta.

— Mírala bien, Arturo, si los viejos de la manada se enteran de que la chica que traje hace 12 años no era mi luna, sino esta simple humana, me quitaran el puesto de alfa — escupe haciendo que me ofenda, el hombre a su lado llamado Arturo, rubio de ojos castaño igual de alto que el otro y con casi el mismo largo de cabello, me mira y suspira.

— No podemos hacer nada, lo hecho, hecho esta, trajiste a la hermana de Leila hasta la manada, encima de que se ve muy joven y es tu verdadera luna, míralo por el lado bueno, tenemos un remplazo — se va dejándome confundida, el pelinegro me mira y se va también.

— No entiendo nada — me levanto y miro hasta la ventana  enorme viendo un gran campamento, casi un pueblo antes mis ojos — ¿Estamos en el bosque? — pregunto mirando a los niños.

— Claro, tía, estamos a casi 50 kilómetros de la cabaña  — dice Liz, la puerta se vuelve a abrir y miro al pelinegro.

— Salgan — ordena y los niños se van sin quejarse, apenas la puerta se cierra, lo veo acercarse a mí — Como es posible que yo haya sido engañado por ese viejo brujo — frunzo el ceño cuando me toma de la mano para olerme — No sé qué magia habrá usado ese viejo para que Leila tuviera tu olor pero me alegro que se haya muerto junto a su amante — me suelto alejándome de él.

— ¿La mataste? — pregunto con nervios.

— No, ella solo se escapó junto a su amante, debí darme cuenta de por qué no me dejaba marcarla en un principio — lo veo mira hacia el ventanal —  A partir de hoy, te quedaras aquí — dice.

— Estás como demente ¿no? Porque veo que has perdido la razón — me mira un momento sin creer que diría eso — A ver, ya que sé que los lobos existen y que debí creerle a mi abuelo de eso, no hay necesidad de que yo me quede — camino hacia la puerta, pero no logro abrirla, me paralizo cuando siento su aliente en mi nuca, trago saliva.

— Eres mi luna, mi pareja predestinada, aunque lo niego, no puedo dejarte ir, Loryana  — siento un cosquilleo en todo mi cuerpo — Hay muchas dudas de mi parte, espero que puedas contestarlas — me volteo siendo que se ha alejado por completo de mí.

— ¿No tengo opción? Ya sabes, como elegir entre el exilio o la muerte — miro su espalda, me impaciento un poco, todo está pasado muy rápido, apenas había llegado ayer al pueblo con un solo objetivo en mente y ahora resulta que soy la pareja de un hombre lobo al cual nunca he visto en mi vida.

— Solo tienes una opción, casarte y cría los hijos que dejó tu hermana — termino sentada contra la puerta, me mira — Que por alguna rara razón, tienen tu olor, como si Leila, una mujer lobo no los hubiera tenido, aunque siento que tu abuelo, un brujo de sangre pura, tuvo que ver…

No sé cómo sentirme, son muchos sentimientos revueltos, 12 años fuera de casa, solo tenía 13 años cuando deje el pueblo y ahora me entero de que mi hermana era una mujer lobo y mi abuelo un brujo.

— ¿Y bien? — se agacha frente a mí — Dime que sabes al respeto — la puerta es tocada.

— Kory, más te vale que no le haga nada a la chica — dice Arturo, miro al hombre cuyo nombre es Kory, un bonito nombre para algo tan grande.

— Bien, te espero a la cena, no trates de escapar, porque entre tú y yo, yo soy más rápido de encontrarla — me quito de la entrada levantándome y se va, espero un buen rato y abro la puerta encontrándome un pasillo muy largo, esta casa debe ser bien grande. Cierro y me siento en la cama.

Leila está muerta, mi abuelo está muerto, no tengo a quien recurrir más que a mi tía Lola, pero lo raro aquí es que mi abuelo sacrificó la vida de Leila que entregarme a mí, lo que no termino de entender.

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