Bethany había quedado a verse con el doctor Lamberti quien la citó en un recóndito lugar de Florencia, a altas horas de la noche. La aturdida mujer necesitaba más y mejores explicaciones de su accidente y los correos se hacían ineficaces para saciar su curiosidad.
-Ese día usted fue llevada al hospital por los paramédicos que acudieron al lugar del accidente. Sus signos vitales eran débiles, literalmente estuvo a un suspiro de la muerte. Pero el choque en el auto no le causó más que fisuras y heridas superficiales. Su verdadero problema estaba en su cabeza, una bala que se encajó en la parte inferior de la nuca. -Bethany inconscientemente se llevó una mano a esa zona sintió las puntadas. -Fue un milagro que la operación haya salido también como resultó. Como se estipula en el reglamento: cualquier herida de bala debe ser reportada a las autoridades. Pero antes de que pudiera dar aviso, su esposo llegó a mí amenazándome con herir a mi familia si lo reportaba. Me sugirió que lo más conv