113. Los bebés me duelen

El viento comenzó a cambiar cuando el grupo dejó atrás la frondosidad de la manada de Tierra. El aire, antes templado y húmedo, se volvió más seco y denso. El terreno comenzaba a inclinarse hacia la región donde debía estar la manada de Agua, pero algo no iba bien. No era solo el olor: era el silencio.

Un silencio antinatural.

—Esto está muy quieto —murmuró Xavier, alzando la mano para que el grupo redujera la marcha.

Cassian tensó la mandíbula. Sus sentidos como Alfa estaban alerta. Incluso Sebastián, que hasta ese momento había cabalgado en silencio, bajó del caballo y olfateó el aire con desconfianza.

—Hay algo… podrido cerca. No huele como lobo, ni como humano. Es otra cosa.

Dayleen, que cabalgaba al centro, se llevó la mano al vientre con un gesto repentino. Un dolor agudo le recorrió el bajo vientre, como una punzada súbita.

—Ah… —soltó en un gemido bajo.

Xavier se giró al instante.

—¿Qué sucede?

—Nada… estoy bien —mintió, aunque un sudor frío le bajaba por la espalda.

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