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—Es… grande –dijo Heather, mirando en derredor la habitación de Raphael, con las finas zapatillas en la mano, y caminando descalza.

En el centro del dormitorio y apoyada en un pequeño muro blanco se hallaba la cama, de madera oscura, sábanas blancas y de un tono verde olivo. Los ventanales guiaban a una terraza con mesa de desayuno y daban vista al jardín con piscina. Había cuadros decorativos, cortinas blancas que ahora estaban corridas y una araña de cristal pendía del alto techo. Una puerta estaba entreabierta y Heather, curiosa, la terminó de abrir. Conducía a una especie de biblioteca privada, con televisor y equipo de audio, y en un rincón, un aparador con una colección de lo que parecían autos de miniatura.

Admirada, Heather se acercó a mir

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