Durante toda la velada contuve la rabia, deseando que terminara para irme.
Pero, cuando el final se acercaba, la mamá de Ethan me detuvo.
—Cynthia, qué bueno que viniste; te extrañaba.
La señora me tomó del brazo y charló sin parar; Sylvia no conseguía meter ni una palabra y su cara era un poema.
Recién había intentado hablar con ella y la respuesta había sido gélida.
Sin importarle el humor de Sylvia, la señora unió mi mano con la de Ethan y nos aconsejó:
—Cuando entren a la universidad serán como familia. Ethan, hijito, cuida bien de Cynthia y no la vuelvas a hacer enojar.
Ethan apartó la mano con un bufido.
—¡Ya no necesita que la cuide! Ni siquiera ha vuelto a agregar mis datos.
En su voz se colaba un deje de agravio.
Sylvia, viendo la escena, intervino de inmediato:
—Tía, mi universidad también está en Los Ángeles; Ethan y yo podremos cuidarnos.
—Además, Cynthia irá al MIT, muy lejos; verla será difícil.
Con aquella frase, Sylvia soltó la bomba y Ethan cambió de color.
—¿Al MIT?
M