La vida continuó su curso, y aunque había mucho por hacer, Dana se sentía más fuerte que nunca. Había aprendido a ser honesta consigo misma y a enfrentar sus emociones.
Un día, mientras conversaba con Zoraida en la cocina, esta le hizo una pregunta.
—¿Y Mateo? Ya han pasado varios meses y ustedes siguen igual, ¿tienen planes de boda? Estamos ansiosos por saber.
Dana se detuvo a pensar.
—Sí, estoy segura de que en cualquier momento me lo pide. Nunca he sido tan feliz, hermana.
Zoraida sonrió, sintiendo que su hermana había encontrado su camino y que por fin Adán estaba del todo libre.
—Me alegra escuchar eso. Siempre quise que fueras feliz, ¿no te ha escrito Adán?
Dana abrazó a su hermana, sintiendo una profunda conexión.
—Gracias por tu apoyo, siempre lo he necesitado. Si supieras que más nunca me escribió, desapareció del todo. Supongo que tú sí lo has visto.
—Sí, a veces me escribe y el otro día pasó por mi trabajo.
Los días pasaron, y cuando menos lo esperaban, Dana y Mateo