Cuando finalmente llegó a la puerta de su casa, Mateo sintió cómo sus pasos se volvían cada vez más pesados, como si el aire mismo conspirara para detenerlo. Llevaba en una mano un ramo de flores frescas y en la otra una botella de champán, símbolos de reconciliación y esperanza. Las luces cálidas que se filtraban por las ventanas le parecían un contraste cruel con el tumulto que llevaba dentro, pero también una promesa de lo que podría ser.
Tragó saliva, intentando recuperar el control de su respiración, y tocó el timbre con una mano temblorosa. Su corazón latió con tal fuerza que temió que cualquiera pudiera escucharlo.Unos segundos de silencio -largos como una eternidad- precedieron el suave sonido de la cerradura girando. La puerta se abrió lentamente y ahí estaba ella. Clara, con un vestido que parecía elegido cuidadosamen