—No. Esto no tiene sentido, no puede ser posible…— murmuró la niña para sí misma tras contemplar el mensaje que aparecía en su pantalla.
Sin saber qué hacer a continuación, se echó a llorar sobre el teclado de su computadora y permaneció así durante incontables minutos, presa de la tristeza y la desesperación.
No muy lejos de su escritorio, un teléfono celular vibraba con insistencia.
—Déjame en paz— murmuró Sacnicté—. Déjame en paz…
Y como si la hubiera escuchado, el teléfono dejó de sonar.
Ahora solo había silencio y nada más.
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