—Tú puedes amor. ¡Puja! —me incitó Zack a mi lado mientras sujetaba una de mis piernas. Mi hija sujetaba la otra, así lo quiso ella.
Volví a concentrar todas mis fuerzas en mi pelvis y a pujar una vez más. Y finalmente después de 8 largas horas de parto, mi pequeño Abel estaba aquí. Su llanto resonó fuerte y alto y no pude contener las lágrimas.
—¡Bien hecho mamá! Aquí tienes a tu pequeño —dijo Alicia, quien una vez más trajo un hijo mío al mundo.
—¡Gracias Al! —lo puso sobre mi pecho y el pequeño hambriento de inmediato buscó mi seno para alimentarse, todos reímos y lo amamanté al instante. Mi esposo me besó la frente y vi sus ojos llenos de lágrimas que, en vano, intentaba detener.
—Gracias amor. Es perfecto.
—Lo es, ¿verdad? &mda