Edrik
Nueva York brillaba como nunca esa noche, como si la ciudad entendiera que quería regalarle a Blossom un momento que jamás olvidara. Las luces de los rascacielos parpadeaban en el horizonte,
reflejándose en el asfalto húmedo, y el bullicio de la ciudad parecía amainar ligeramente bajo el peso del invierno. Sabía que necesitaba este paseo, que necesitaba escapar de todo, aunque fuera por unas
horas. Por eso, cuando la vi salir del ascensor del hotel con su abrigo negro y su cabello cayendo en suaves ondas sobre los hombros, mi corazón se apretó. Blossom siempre tenía esa capacidad de lucir
hermosa, incluso cuando estaba agotada.
—¿Qué estás planeando, Maxwell? —preguntó con una pequeña sonrisa, ajustándose la bufanda alrededor del cuello mientras se acercaba a mí.
—Un pequeño secuestro, pero uno consentido. Prometo devolverte al hotel antes del amanecer. —Le ofrecí mi brazo, que aceptó con una mezcla de curiosidad y confianza.
—Eso suena a que has planeado algo elaborado.
—Quizá.