04. Las cláusulas

Mientras Allie y Gabriel seguían tomados de la mano, mirándose fijamente, el abogado suspiró pesado, imaginando lo que se aproximaba. 

—Necesito que me acompañen a la casa de Martha, tenemos mucho de qué hablar —espetó Leonard, llamando la atención de ambos, por lo que soltaron sus manos y lo miraron. 

—¿Ahora? —cuestionó Allie.

—Mejor ahora, que mañana —bufó Gabriel, ganándose una mirada molesta de la joven. 

—Allá les explicaré todo con calma —aseguró el señor Ardley y ambos asintieron—. Les enviaré la dirección en un mensaje. 

Gabriel sin decir nada, caminó hacia su motocicleta y antes de montarse, revisó el mensaje con la dirección que le envió el abogado, quedando un poco sorprendido al mirar hacia donde se debía dirigir. 

«Parece que después de todo, la “abuela” tenía más dinero del que me hubiera imaginado», pensó al revisar la zona tan exclusiva en la que vivía su abuela.

Se montó en su moto sin mirar atrás y salió con prisa del cementerio. 

Por otra parte, Allie se sentía abrumada y confundida mientras conducía, no podía imaginar por qué una mujer, que al parecer tenía dinero y amistades influyentes, se había recluido en la residencia, alejada de todos sus conocidos. Si bien es cierto que Martha vestía ropa muy elegante y que en algunas ocasiones hablaba de viajes y fiestas glamorosas, las cuales pensó que eran producto de su imaginación; se destacó por ser una mujer sencilla y respetuosa con todos, motivo por el cual era muy querida en la residencia, por su manera de ser.

(...) 

El primero en llegar a la enorme mansión fue Gabriel, que recordó algunas de las mansiones que había fotografiado, ya que no era nada común, todo lo contrario, estaba en una zona muy exclusiva y parecía tener un jardín interminable. 

A los pocos minutos el coche en el que venía Leonard se detuvo frente a la mansión. 

—¿Hay más herederos? —preguntó al abogado, apenas se bajó del coche. 

—¿Eso sería un problema? —replicó Leonard, escrutándolo con la mirada. 

—No lo sé —respondió, encogiéndose de hombros—. Quiero saber si tengo tíos, primos o algún familiar.

En eso, miraron una gran nube de humo negro, proveniente de un coche que se acercaba. Éste se detuvo y Allie se bajó con prisa, asustada por la humareda. 

—Pero, ¿qué pasó? —preguntó Leonard, preocupado.

—Es obvio, esa carcacha ya no funciona —Se burló Gabriel. 

Por la distancia entre su casa y el trabajo, además de sus largas jornadas laborales, era muy complicado trasladarse en autobús, así que, Allie suspiro con pesar, ya que ahora tendría que arreglar el coche y las medicinas para su hermano deberían esperar. 

Leonard la miró con tristeza, ya que Martha le había contado por todos los problemas económicos que ella pasaba, los que por suerte, de ahora en adelante mejorarían enormemente, claro, si aceptaba cumplir con las cláusulas.

—Entremos, por favor —Les pidió el abogado, señalando la puerta. 

Sí la mansión era impresionante por fuera, jamás se imaginaron lo que sería el interior: pisos de mármol brillando en todo su esplendor, impresionantes y altas paredes, decoradas con pinturas que, seguramente, eran muy costosas.

Gabriel miró a su alrededor y silvo impresionado, en cambio Allie, se sentía un poco cohibida, ya que no entendía qué hacía ella ahí, en esa mansión tan elegante.

Ambos siguieron a Leonard, que caminaba familiarizado con la casa. Abrió una puerta de madera en color caoba y entraron a un enorme despacho, con las paredes laterales llenas de libros. 

—¿Por qué tanto misterio? —interrogó Gabriel, dejándose caer en una de las cómodas sillas frente al escritorio. 

—No hay misterio, Gabriel. Los planes que tenía tu abuela, era darles su herencia en vida —Suspiró el señor Ardley—. Jamás imaginamos lo que pasaría —murmuró con pesar.

—¿Tú abuela? —cuestionó Allie, mirando a Gabriel—. ¿Y nunca la visitaste en la residencia? ¿Qué clase de nieto eres? 

—¿¡Disculpa!? —replicó Gabriel alzando la voz—. Primero quisiera saber ¿quién eres tú? ¿Con qué derecho me hablas así?

—Fui la enfermera de tu abuela durante su estancia en “Concordia Village” —respondió la joven.

—¿¡Y qué haces aquí!? —gritó.

Leornard suspiró con pesar, ya que al parecer, después de todo, las cosas no serían nada fáciles, aunque él sabía que Gabriel tenía una vida un poco rebelde gracias a la investigación que hizo el detective Spencer, pero no sé imaginó que reaccionaría de esta forma. 

—Gabriel —Llamó su atención—. Para tu abuela, Allie era muy importante y querida, por eso está aquí —explicó—. Y respecto a la pregunta que me habías hecho anteriormente, Martha no tuvo más hijos, solo tu padre. 

—Qué extraño, solo tuvo un hijo y lo abandonó al nacer —bufó molesto—. ¿Qué clase de persona era? —Allie lo miró sin poder creer lo que estaba escuchando—. No me mires así —La recriminó—. Hasta hace unas horas, me enteré de la existencia de mi “abuela” —explicó, haciendo énfasis en la última palabra. 

—Me parece que esto es un tema familiar, y lo mejor es que me vaya —dijo Allie, caminando hacia la puerta. 

—Estoy de acuerdo —confirmó Gabriel. 

—¡No! —exclamó Leonard, golpeando el escritorio con ambas manos—. Es importante que estés presente en lo que tengo que decirles. 

—Por favor, esto se está tornando demasiado denso —refunfuñó Gabriel, cruzando los brazos sobre su pecho—. Habla claro de una vez, Leonard —exigió—. No tengo porque perder mi tiempo. 

—Siéntate, Allie, por favor —Le pidió el abogado. Ella suspiró y se sentó—. Dadas las circunstancias y con el fallecimiento de Martha, algunas cosas han cambiado.

—Entonces, ¿hay herencia o no? —cuestionó Gabriel.

—¿Es lo único que te importa? —replicó Allie.

—¿Qué quieres que te diga? —protestó el castaño—. ¿Que estoy aquí para hablar de mis problemas familiares o de lo mucho que vi sufrir a mi padre por el abandono de su madre biológica?

—Hay un testamento —intervino Leonard—. Pero hoy no se hará la lectura oficial.

—¿Y entonces? —interrogó Gabriel. 

—Martha dejó algunas cláusulas estipuladas que deben cumplirse en el transcurso de doce meses —explicó el abogado.

—¿¡Qué clase de broma es esta!? —gritó Gabriel, furioso—. Al ser el único familiar me corresponde todo, no tengo por qué seguir ningún tipo de cláusula —Se puso de pie y se dirigió a la salida. 

—El dinero que utilicé para pagar tus multas y el que te di para que recogieras tu motocicleta, es parte de una de tus mensualidades y si no cumples con las cláusulas, tienes que devolver el dinero y perderás el derecho a recibir tu herencia una vez leído el testamento. 

Gabriel se detuvo abruptamente, ya que con la vida que llevaba, no contaba con ahorros, porque tenía tiempo derrochando el dinero y disfrutando de la vida. 

—¿Y yo que tengo que ver en todo esto? —preguntó Allie, confundida. 

—Tú eres una de las herederas y las cláusulas son para los dos —respondió Leonard. 

—Yo no puedo aceptar una herencia que no me corresponde —dijo la joven, poniéndose de pie. 

—¿Pueden al menos escuchar las cláusulas? —propuso el abogado, exasperado ante la reacción de los jóvenes, ya que para él, también era una locura lo que había planeado su madrina. 

Ambos se quedaron de pie mirando a Leonard, que se dispuso a abrir una carpeta que tenía sobre el escritorio. 

—Como ya les había explicado, una de las cláusulas, consiste en que durante los doce meses previos a la lectura del testamento, ambos recibirán una mensualidad generosa, que les facilitará vivir sin problemas económicos durante este tiempo y en caso de renunciar a la herencia o quebrantar una de las cláusulas, tendrán que regresar el dinero en su totalidad. 

Aunque Allie sabía que ese dinero podría ayudarla con los medicamentos para su hermano, estaba renuente en aceptar algo que pensaba, no le correspondía.

En cambio Gabriel, ideaba la manera de poder quedarse con toda la herencia, ya que sentía que era la forma en que se podría resarcir el daño ocasionado a su padre. 

—También se estipula, que ambos deben vivir en esta casa, haciendo uso correctamente de todo lo que hay en ella, lo que incluye: el mobiliario, coches, joyas, etc. —explicó—. Previamente se ha hecho un inventario, que se repetirá pasados los doce meses, para confirmar que todo esté en orden. 

—¿¡Qué!? —gritaron ambos jóvenes al mismo tiempo, mirándose con recelo. 

—No podrán pasar la noche fuera, a menos que puedan comprobar que fue por alguna emergencia —Continúo el abogado, sin prestar atención a sus rostros pálidos—. Pueden recibir visitas, pero queda terminantemente prohibida la entrada a alguna de sus “citas”, refiriéndose claramente a alguna pareja en turno, novio, amigo personal o como quieran llamarle —añadió—. Sólo se permitirá pasar la noche a sus familiares directos, sin excepción alguna. 

—¿Esto tiene que ser una broma? —cuestionó Gabriel con sorna. 

—No lo es —confirmó Leonard—. Cuando pase el tiempo estipulado, se realizará la última lectura del testamento, y así, se llevará a cabo la última voluntad de la señora Britter. 

—Yo no puedo aceptar esto, me parece una locura. Adoro a Martha, pero no voy a vivir con un hombre que no conozco, y que por lo que puedo ver, solo le interesa el dinero —rebatió  Allie, molesta. 

—Esto es una ridiculez, ¿a quién se le ocurre dejar esas estúpidas cláusulas? —vociferó Gabriel, furioso. 

—Yo solo estoy cumpliendo con los deseos de Martha. Tienen una semana para responder y en caso de no tener noticias de ustedes en estos días, lo tomaré como una negativa. 

—¿Y qué pasará con la herencia? —indagó Gabriel. 

—Esa información es confidencial —respondió Leonard, cerrando la carpeta y poniéndose de pie—. Tienen mis teléfonos y mi dirección. Estaré esperando su respuesta y no olviden que solo tienen una semana para tomar una decisión. 

El señor Ardley salió de la oficina y Allie lo siguió. 

—Mi respuesta ya la tiene, no aceptaré nada —aseveró y se dirigió a la salida. Se subió a su coche y respiró profundo. Jamás se había imaginado que pasaría por una situación parecida. Bajó la ventanilla, ya que se sentía un poco acalorada. Intentó encender el coche y no tuvo suerte. 

«¿Y ahora qué voy a hacer?», bufó

En ese momento, Leonard salió acompañado de Gabriel, quien estaba furioso ante la inesperada situación. Se montó en su moto y se alejó con prisa. 

—¿Todo bien, Allie? —preguntó Leonard, acercándose al coche.

—Parece que tendré que pedir un taxi —contestó mirando su deteriorado y viejo coche. 

—Vamos, te llevo a tu casa y llamaré a una grúa para que lo lleven al taller.

La preocupación de Allie aumentó, al imaginar lo que podría cobrar la grúa y sobre todo, imaginarse la cuenta del taller. El chofer abrió la puerta del elegante coche y ella se deslizó en el asiento apretando su pequeño bolso con fuerza, como si eso pudiera ayudarla. 

Leonard la miró y se podía imaginar perfectamente lo que estaba pasando por su mente, pero no quería intervenir. Lo haría al finalizar la semana, de ser necesario. 

Por su parte, Gabriel conducía a toda velocidad sin rumbo fijo. Sentía la sangre hirviendo recorrer su cuerpo por completo. Nunca se imaginó que su abuela, después de todo lo que había hecho sufrir a su padre, le impusiera unas absurdas cláusulas para poder recibir lo que por ley le pertenecía.

Se detuvo en un bar intentando calmar un poco su furia. Entró directamente a la barra y pidió una cerveza, la cuál bebió con prisa. No dejaba de pensar en las opciones que tenía para  apoderarse de todo sin tener que vivir con esa chica llamada Allie, y aunque no podía negar que era muy guapa y en un principio hasta le pareció simpática, no iba a dejar que nadie se interpusiera en sus planes.  

—Hola, guapo —Lo saludó una atractiva morena, deteniéndose a su lado.  

—Hola —respondió a su saludo. 

—¿Me invitas una cerveza? —preguntó coqueta y él asintió.

Gabriel era un hombre con mucha suerte, siempre que salía a divertirse, terminaba la noche con alguna hermosa mujer, pero se cuidaba de no volver a verlas, ya que no le interesaba tener una relación y mucho menos, sentirse atado a alguien. Prefería tomar todas las precauciones necesarias en ese aspecto y nunca daba su número de teléfono, ni información respecto a él y como viajaba constantemente, eso le facilitaba mucho las cosas. 

—¿Tienes algún plan para esta noche? —preguntó la morena. 

—No todavía —respondió. Le dio un trago a su cerveza—. Pero estoy abierto a las opciones que se me puedan presentar. 

Ella se acercó lo suficiente para presionar sus senos sobre el pecho de Gabriel y éste sonrió. Le atraían mucho las mujeres deshinibidas. Estaban a punto de besarse, cuando el teléfono de la morena los interrumpió, al revisarlo, se puso un poco nerviosa y se alejó con prisa para responder. 

«Y con esté, van tres intentos fallidos de una buena noche», gruñó. «Parece que mi “abuela” me dejó una maldición». 

Salió del bar y se dirigió a su hotel. Subió con prisa a su habitación y ordenó algo para comer, pues no se había dado el tiempo de hacerlo y estaba hambriento. Mientras esperaba, se dispuso a buscar recomendaciones de abogados por internet y envió mensajes a algunos de sus contactos. Si Leonard pensaba que aceptaría todo como si nada, estaba muy equivocado, ya que buscaría al mejor abogado y daría por finalizada toda esta absurda situación.

Andrea Paz

¡Hola, hola, bellas! ¡Aquí les dejamos otro capítulo de nuestro idiota y Allie! Aún no tenemos fecha estimativa para comenzar las actualizaciones, pero iremos subiendo algunos capítulos mientras comenzamos con la actualización diaria. Una vez más, agradecerles el apoyo, sus comentarios y el amor que le están dando a nuestra historia, nosotras estamos felices y entusiasmadas y nos motivan mucho con sus mensajes, así que mil gracias nuevamente. Les mandamos un abrazo, las queremos mucho Andrea y Dannya

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