Capítulo 10: Un deseo
Miré mi mano siendo vendada por una mucho más grande. Sí, estábamos en el baño de la cafetería, que no podía ser más pequeño para los dos.

Yo estaba sentada sobre el lavabo mientras él se estaba encargando de limpiar mis heridas, ponerme crema y vendar mis manos.

Durante los cinco minutos más largos de mi vida, ninguno de los dos dijo alguna palabra.

Me veía como una princesa mimada y caprichosa, frágil, protegida por el legado de su familia y un hermano multimillonario. Quise negarlo, pero en un día ya había tenido dos heridas y le había demostrado a Caleb lo mucho que necesitaba tener a alguien que me protegiera.

Vergüenza era un eufemismo para lo que recorría mis venas ese momento.

—Perdón —dije en voz baja—. Yo pagaré los dos cafés por haberlos arruinado y también las tazas rotas.

En el proceso, sin notarlo, cuando me puse de pie moví la mesa y las tazas se fueron directamente al suelo. Mi mano comenzó a temblar sostenida por las suyas mientras terminaba de ponerme el vendaje.

—N
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