Llovía. Llovía mucho y su cuerpo estaba helado. Su piel ardía ante las heridas y quemadas recién hechas que azotaban su piel. Aun así, no podía llorar. Lo había hecho tanto en las últimas horas que ya no quedaban lágrimas dentro de sus ojos. Su garganta era un desastre que apenas podía emitir algún sonido.
Y ahora estaba sola, en medio de aquel callejón oscuro donde la habían dejado. Apenas tenía fuerza para volver a su forma lobuna y poder salir de allí por sus medios. Tampoco pasaba nadie que la pudiera ayudar y si lo hiciera le tendría miedo de que le hiciera algo de nuevo. Y no podría escapar. Sus muslos magullados llenos de fluidos ajenos y moretones se lo impedían.
No podía moverse. El cielo torrencial encima de ella no avisaba que fuera a dejar de llover. No quería morir allí. No lo haría, claro que no. Ella de