Capitulo 1. Kenneth

Las hojas crujieron bajo sus pasos; el bosque estaba negro, en sombras y a borbotones de hierba negra. La mano le zumbaba, le palpitaba la carne, le penetraba la piel. Kenneth vio su espada llena de sangre y miró hacia a la oscuridad del bosque, solo negro. El bosque tembloroso le hacía honor a su nombre, simplemente escondiendo la oscuridad.

Pasó la yema de los dedos por la filosa espada y quitó los restos de sangre, dejando la hoja manchada. Cuando llegase a casa la limpiaría, la puliría y la afilaría a tal punto de que cuando la tocara el solo toque de los dedos le cortara.

Otra pulsación. Kenneth miró al cielo; nada, solo la noche estrellada se veía. Su hermana no había ido a visitarlo este año, pero tampoco era que lo esperaba, Lyra tenía cosas más importantes que hacer al otro lado del mar, conectarse con el cielo y comunicarse con las estrellas, pero no con él.

Kenneth caminó por el bosque; oscuro por la noche, las sombras estaban invadiendo las tierras, las tierras que él protegía. No eran más que productos sucios del Rey y de Lerysiana. Si él hubiese sabido que el rey planeaba matar a la reina no hubiese dudado ni siquiera un segundo en matarlo, pero eso ya era muy tarde, ahora, estaba aquí matando bestias de sombras que atormentaban a su pueblo.

Las raíces se encogieron ante sus pasos: él y el bosque, un hombre y la hierba negra. La camisa blanca se le pegó al pecho por el sudor del esfuerzo y la sangre le hervía más en comparación de los días anteriores.

Kenneth ignoro su cuerpo, que más daba que solo le picaba y sentía pulsaciones, era la energía que aún no drenaba de él y por eso necesitaba matar a esas bestias que deambulaban buscando carne fresca. Miró su brazo, la manga de su camisa estaba remangada, tenía pequeñas manchitas de sangre por todo su antebrazo. Caminó por las raíces y las hojas secas regadas, el frio aire de las tierras del sur colindaban con el bosque tembloroso. El sudor de su cuerpo no se inmutaba a las fuertes ráfagas de aire del bosque y sus botas negras se mancharon de barro. Se acercó a la superficie, a la parte clara del bosque donde sus pasos se callaban continuamente por el movimiento del viento y las hojas.  La claridad se hizo ver tenuemente a la salida, donde estaban sus tierras.

Estaba cansado.

 Agotado de estar siempre matando sombras en sus tierras, siendo mandados por un rey que ni siquiera tenía el suficiente valor para matarlo él mismo, no, era tan cobarde que se escondía en las faldas de su amante para mandar seres de sombras a perturbar sus tierras.

Kenneth avanzó y vio la salida del bosque; los muros de la ciudad colindaban con el revoltijo de hierba y troncos torcidos, grandes y fuertes. La torre de vigilancia estaba ahí para que nadie saliera en la noche. Nadie podía salir, no sin su permiso, era peligroso siquiera atreverse a salir sin una persona capaz de matar a esos demonios negros de sombra.

Se limpió el sudor de la frente con la manga sucia de su camisa, necesitaba un baño y ver el papeleo restante que había dejado pendiente en el escritorio. Tenía que decirle a Mireth que por favor le preparase el baño y la cena fuera enviada a sus aposentos. Necesitaba paz, no supo en qué momento pensó que era buena idea hacerse el señor de una ciudad, corrección, en qué momento lo escogieron para hacerlo. No es que Kenneth se quejará, era un buen líder, pero era agotador ser partícipe de masacres y ver las tierras pudriéndose por una mujer que no valía la pena.

Ya había pasado una década de la muerte de la reina, tanto, y a pesar de que el mundo no decía nada, todos sabían que la tierra se moría. La tierra muerta andaba extendiéndose a tal punto de pudrir la tierra buena.

Suspiró y se acercó al portal de la ciudad. Kenneth asintió al guardia que vigilaba y este mismo lo miró detenidamente antes de inclinar la cabeza en respeto. Su pueblo estaría bien, la ciudad estaría bien, después del baño vería el papeleo para que mañana Gabriel lo enviara al campamento. Pero por el momento solo quería quitarse la sangre pegada al cuerpo. Entró a la ciudad con el cansancio a cuestas y miro las casas de las familias que estaban a su cuidado, ¿Cuántas familias confiaban en él? Había perdido la cuenta de a cuantas familias alimentaba.

Pero aun así les daba refugio; ellos necesitaban protección para los días sombríos venideros.

Se acercó a la muralla que dividía al pueblo de su casa, y entró sin preámbulo alguno, la mansión blanca de mármol que era para el señor feudal a cargo se veía sombría y sin gracia ante la luna grande y brillante en el cielo. Sus botas se hicieron sonar en la piedrilla, no había nadie afuera, ni un alma, todos estaban en sus casas resguardados, cobijados en sus sabanas y resguardando a sus hijos.

Kenneth aun recordaba a su madre, como lo miraba y le daba un beso en la frente antes de dormir, como le calentaba la leche cuando tenía una pesadilla, a pesar de que podía ordenar a otra persona hacerlo. Su madre le había dado el cariño que su padre nunca le otorgó, y estaba agradecido por ello. Una mujer como ella merecía haber vivido más, pero la vida había sido injusta, con ella y con él a tal punto de ver como moría en sus brazos.

Aun podía sentir la sangre caliente de su madre manchar sus manos y sentir como su camisa se empapaba de la sangre de la mujer que le había dado la vida.

Entró al pasillo de columnas de la mansión, y vio por última vez la luna antes de entrar. No sabía que pasaría con él, Lyra y a todos en ese mundo que se estaba muriendo. Dio un suspiro y empujo las puertas para entrar.

۞۞۞

—No eres más idiota porque no eres más grande —regañó Mireth—. Mírate pareces un vagabundo, debes de ser un señor de la ciudad. Pareces más bien de esos mestizos sin poder, eres un Farish Kenneth, un puro y te vistes como un campesino.

Kenneth no dijo nada, estaba cansado para escuchar las réplicas de la mujer que le tallaba la espalda. Mireth se había pasado toda la noche reprochándole su vestimenta, y el hecho de que estaba tan sucio y lleno de sangre.

—Es que no lo entiendo Kenneth —expresó la mujer echando más espuma a su espalda y pasándole el estropajo por el cuerpo. Kenneth estaba tan cansado para siquiera decirle algo—. Tú de todos los hombres que tienes a tu servicio no podías siquiera mandar a Gabriel, ya sabes que él nunca se negaría, y mírate, tienes toda la espalda magullada.

—Mireth.

—No, es que pareces pordiosero, yo que no soy nadie me visto con sedas, sedas que tú me has regalado, y tú te vistes con simples camisas de lino gastado para matar sombras.

—Es mi trabajo —contestó.

Estaba cansado, tanto que se quería sumergir en la tina hasta al fondo y no escuchar las réplicas de la mujer pelirroja con mirada de perros que estaba seguro de que Mireth tenía en su bello rostro en ese instante.

—Tu trabajo es encontrar una esposa y casarte—alegó Mireth frustrada antes de pasarle el estropajo por el cuello—. Ya es hora de que madures y busques a una mujer Kenneth, no sé qué esperas, las amantes que traes piensan que las escogerás dentro de ellas, Cintia está segura de que te tiene prendado de un hilo. Si, es guapa, tiene los cabellos negros como el carbón y sí, tiene un buen cuerpo; buenas caderas para dar a luz a un hijo, pero sigue siendo Cintia, una mujer que te quiere a ti, solo a ti Kenneth, pero no la responsabilidad que conlleva ser tu esposa.

—Y que esperas Mireth, ninguna mujer quiere la responsabilidad de darme un hijo y saber que le tocara la misma carga que a mí.

—Kenneth…

—No Mireth—contestó observándola, Mireth tenía los ojos cansados y Kenneth podía ver el verde esmeralda que atribuía a su sangre impura—. Esa mujer debe de ser consiente, segura y suficientemente valiente para estar dispuesta atar su vida a la mía, que ser un señor a cargo de una ciudad lleva una responsabilidad, y ser la esposa de uno, darle un hijo y ver como está tierra se está pudriendo. Dime—le cuestionó—, ¿Qué mujer quiere dar un hijo sabiendo que la tierra se muere? Nadie, verdad…

—Eso no es verdad—aseguró ella—. Todo mundo sabe lo que has hecho por esta tierra, que tú seas el único que no quiera verlo es otra cosa.

—Entonces cásate tú conmigo si tan segura estas de que cualquier mujer quiere hacerlo.

Mireth guardo silencio.

Lo que pensaba, Mireth era de esas mujeres que abrían la boca sin pensar, y Kenneth lo tenía muy claro desde el día en que ella y su gente se refugiaron en su casa, y ellos en agradecimiento contribuyeron con trabajo. La pelirroja mujer de ojos verdes era de lengua suelta y viperina, pero cuando le argumentabas lo que decía simplemente se quedaba callada, o al menos con él tenía la suficiente confianza de decir las cosas como guardarlas.

—Mereces amar Kenneth—balbuceó la mujer negando con la cabeza mientras se le escapaba un suspiro—. Si por mi fuera me casaría contigo, pero tu sangre es muy importante para que la manches con una mestiza, que dirían los pueblerinos de saber que he ultrajado tu linaje sagrado.

—Hablas como si un perro y un gato se cruzaran.

—Pues es la verdad—aseguró—, te he servido durante tres años y eres mi señor y mi amigo, por eso te digo que debes tomar en serio tu linaje; encontrar una mujer, casarte y tener hijos. Los hombres temen que te mueras y no dejes un heredero, ¿Qué va a pasar con Sibyl si te niegas? Te has puesto a pensar en eso, no claro que no —lanzó la esponja en la bañera y se levantó. Le apuntó con un dedo y lo miró seriamente.

—Espero busques una esposa Kenneth, hablo enserio, una buena, una mujer que te quiera y vea por ti.

—Pides demasiado—se levantó de la tina, el agua le escurrió por los pantalones de cuero negro mojados. Podía haberse duchado sin nada, después de todo Mireth le había curado heridas en los muslos, esa mujer lo había visto en sus peores momentos y en sus doloridas heridas. Pero le tenía suficiente respeto para no denigrarla ni siquiera que fuera participe del fuego de la hoguera, Kenneth esperaba casarla con un buen hombre, un comerciante que velará por su bienestar y le comprará una bella casa.

Estiro la mano para que Mireth le pasara la toalla. Ella lo hizo y se cruzó de brazos viéndolo; estaba enojada, siempre hacia lo mismo cuando no llegaba a las 7:00 pm a cenar; pero Mireth tenía que hacerse a la idea que el matrimonio con él no era, ni seria sencillo, y la mujer que estaría a su lado como esposa debía atenerse a las consecuencias de quererlo.

Tocaron la puerta y antes de que siquiera diera la orden de entrar, Gabriel se asomó en el portal de la puerta con papeles en sus manos.

—Kenneth —entró e inclino la cabeza—. Es hora, la luz exploto.

Dejo la toalla de lado al escuchar las palabras de su amigo.

—¿Qué dijiste?

—La luz, se hizo ver en el imperio.

Kenneth voltio a mirar a Mireth y luego a Gabriel, vio a la mujer tocarse los brazos nerviosa y luego vio a su amigo ver como sujetaba fuertemente los papeles en sus manos.

—Llego —expreso con incredulidad.

Gabriel asintió.

—Ha pasado, después de muchos años, hay uno. Ha venido.

—Tonterías—expresó Mireth—. Los viajeros ni siquiera existen.

—Calla mestiza pelirroja —chisto Gabriel.

Kenneth no tuvo que siquiera abrir la boca para que Gabriel se disculpara por decirle eso a Mireth, inclino la cabeza y balbuceo una disculpa.

—¿Qué viste Gabriel?

—No vi nada, pero lo siento, la tierra lo siente, las sombras se desataron, el sol brillo más el día de hoy, la luz se hizo ver, como la luna a un se yergue en el horizonte.

—Que mentiroso eres —Mireth apostilló, levantando una ceja en dirección a Gabriel—. Todos vimos cuando la luz exploto en el cielo, el hecho de que se lo quieras ocultar a Kenneth me hace pensar en una deslealtad. Es más, parece que estas enojado. ¿Qué pasa?, Kenneth te rechazo y lloraste en las faldas de tu mami—se burló.

—¡Suficiente!, parecen amantes, o peor simples niños peleándose por una galleta en la mesa. Mireth, Gabriel son un par de mentirosos que no merecen tan siquiera un poco de mi respeto —aseguro él limpiándose la cara con la toalla y suspiro, antes de siquiera dirigirles una mirada.

Estaba cansado, y el hecho de que la luz se hiciera ver en imperio significaba dos cosas, que conllevaba a otras, una de ellas y la más importante era que un viajero había pisado el imperio, y la otra era que necesitaban encontrarlo antes de que el rey lo hiciera.

Un viajero era paz o guerra dependiendo de quien lo encontrara primero.

—Me van a decir en este instante que es lo que vieron y que paso —ordeno serio—. Si eso significa que una mosca voló del lado contrario me lo van a decir, cada anormalidad existente del día de hoy.

—Bueno—empezó Mireth retorciéndose las manos enfrente del vestido, algo anormal para una mujer tan segura de sí misma como lo era ella. Kenneth lo supo tan solo al ver ese movimiento de manos, algo la andaba preocupando para no decírselo en ese instante, tal vez no en ese momento, pero si más tarde—. El día paso tal cual, como cualquier otro, me levante, revise las recamaras mande a los criados hacer sus deberes, Lanaly vino a verme para preguntarme si quería que tus documentos los recogiera de tú estudio y mandarlos a tus aposentos, me negué y le dije que estabas durmiendo o eso creía, pero habías ido al campamento a entregar suministros como si Gabriel— voltio a ver al mencionado—. No pudiera hacerlo, suspire claro esta y le dije que no se preocupara que yo me haría cargo. Después de eso di la orden de que preparan el desayuno, el tuyo y el mío, pero como lo habrás adivinado ya no estabas, comí sola en la mesa y después de ello mandé hacer los preparativos de la comida. Estaba en el patio trasero viendo a los trabajadores traer la cosecha cuando vi que el sol brillo y exploto en luz. Eso solo significaba anomalía de donde yo vengo y no te lo dije porque no le agarre importancia alguna cuando todo volvió a la normalidad.

—Patrañas —exclamo Gabriel—. Mentirosas como tú hay muchas, por eso no confió en las mujeres. 

—Gabriel—advirtió ante las malas palabras de su amigo.

—Sabes que no debes de confiar en mujeres bonitas Kenneth, por eso yo no le creo nada a Mireth.

—Lo dice el hombre que se la vive en burdeles—se jacto ella.

—Por eso lo digo.

—A veces eres insoportable.

—Bruja.

—Paracito mal nacido.

—¡Basta ya los dos! —les ordeno viéndolos enfadado, estaba harto de rabietas estúpidas entre las dos personas que más confiaba, pero él más que nadie sabía que Gabriel era un grano en el culo cuando se lo proponía. Eso no dejaba de lado a la mujer pelirroja, que cuando se lo proponía ella misma se volvía la definición de insoportable. En ese momento lo único que Kenneth quería era descansar y eran tan impertinentes que se la pasaban discutiendo entre ellos y no dejaban ni un segundo de paz.

—Ya es suficiente, lo que escuché es irrelevante, no me interesan sus historias de amoríos o de burdeles mal olientes donde hay cerveza, les pedí que me dijeran lo que vieron y como nadie se está tomando enserió el asunto lo hare yo. Mañana por la mañana partiremos a mar Gabriel, así que ve preparando las cosas y despierta a los hombres que tengas que despertar para que se despidan de sus familiares. Los quiero listos a la primera hora del día para tener listo el barco y zarpar.

—Pero Kenneth…

—Basta— levanto la mano para evitar más replicas—. Es una orden y la acatas.

Gabriel asintió cabizbajo mientras lanzaba una mirada de Mireth a Kenneth antes de irse tras la puerta.

—Eso fue duro —Mireth aseguro, mientras lo observaba y se recargaba en la mesita donde había dejado el cuenco con las sales de baño—. A veces puede ser insoportable lo sé, pero Gabriel te es leal como ningún otro, ni siquiera yo puedo cuestionar su lealtad hacia a ti.

—Mireth—Kenneth voltio a verla para que estuviera segura de lo que diría—. No me importa si soy duro con él, pero debe aprender que no se puede referir a ti ni a nadie de ese modo, lo he apoyado y a veces lo he justificado por su mal comportamiento, pero soy yo quien me tengo que ser responsable de sus mal habladas.

—Pero…

—Te puedes retirar, quiero un poco de paz antes de partir mañana.

Mireth no continuo con lo que tenía planeado decir, inclino la cabeza y se fue del cuarto de baño.

Kenneth suspiro ante el silencio, ante la paz que lo invadió cuando se fueron, una paz que se derrumbaría en el momento en que partirían mañana en busca del viajero. Ahora lo que más importaba no era una esposa, ni siquiera la ciudad o las sobras, necesitaba encontrar a ese ser raro que resolvería las preocupaciones que lo abrumaban.

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