Capitulo 5

La tensión se siente en el ambiente conforme pasan los segundos, las palabras no salen de mi garganta mientras mis ojos se mantienen fijos en mi jefa, quien arquea las cejas con diversión, creo que dentro de sí sabe que su hijo esta medio loco y que buscara la ocasión perfecta para hacerme desaparecer de su vida.

Pero no, mi cielo, apenas he empezado.

—¿Hablamos fuera querida? —señala y yo asiento.

Una vez estamos afuera, cierro detrás de mí, no sin antes soltar un suspiro, que más que de cansancio es para soltar un poco de los nervios que traigo.

—Déjeme explicarle—me adelanto.

Sin embargo en vez de recibir un interrogatorio, como se esperaba, en su lugar lo sustituye una estruendosa carcajada que me deja confusa.

—Akila, sé que no hiciste nada malo. Conozco a mi hijo, cuéntame que paso—pide empezando a caminar hacia mi dormitorio.

Comienzo a contarle a detalle lo que ocurrió, sin omitir la actitud de Isaí, lo cual es lo peor de la noche. Debo admitir que hasta el francés me cayó mejor.

—Mañana investigaremos, esto pudo tratarse de un atentado o simples drogas para alegrar a los clientes—explica con expresión preocupada para luego irse sin siquiera despedirse.

¿Me ven cara de guardaespaldas ahora? 

Sacudo la cabeza entrando a la habitación donde me permito pasarme las manos por la cara con frustración, mis emociones se acumulan y estos dos días que he pasado aquí en el palacio me abruman al punto en el que lagrimas gruesas bajan por mis mejillas.

Camino hacia el baño donde me saco el vestido y lavo mi rostro, al terminar busco fuera un pijama cómodo.

Minutos más tarde me encuentro acostada en la gran cama, sintiendo un alivio en mi cuerpo al estar ya descansando.

Sin embargo una idea se forma en mi mente obligándome a no dormirme. Aún conservo mi celular, por lo que nada me cuesta averiguar un poco de lo que paso esta noche, mañana puede que sea tarde y ya hayan desaparecido todo.

Toda la evidencia, porque si se tratara de un simple mortal, lo más probable es que fuera droga. Pero en el caso de Isaí, nada se sabe.

Me levanto con todo el pesar del mundo y salgo de la habitación, los pasillos están desiertos, lo que me facilita moverme en pijama por doquier, buscando al chofer que nos trajo.

Durante varios minutos lo busco por todos lados, estoy a punto de rendirme pensando que talvez pudo haberse ido a dormir, sin embargo lo localizo caminando hasta pararse en una puerta.

Camino más rápido para alcanzarlo y hacerlo su mirada cae en mí de inmediato.

—¿Se le ofrece algo señorita? ¿Está bien? —pregunta arrugando el entrecejo. Calculo que debe tener unos cuarenta años.

—Estoy bien, pero necesito su ayuda —confieso mirando a los lados para constatar que nadie escuche.

—Te escucho, me llamo Claudio por cierto.

Sonrío levemente notando su acento extranjero y suspiro.

—Necesito el nombre del lugar al cual nos llevó hoy —me mantengo expectante observando cómo ni se inmuta.

—¿Puedo saber la razón de su interés?

Dudo un momento mirándolo hasta que deduzco que no me ayudara hasta saber mis motivos.

—Intentaron echarle algo a la bebida del príncipe, se la eche al suelo por lo que no pudo tomarla, mañana ya sería muy tarde para salvar la evidencia. —explico y el me mira con precaución.

—¿Planea salir a esta hora? —niego con la cabeza y le hago una seña de que guarde silencio una vez que veo a alguien pasar.

—Solo llamare, la reina me ha dado ciertos privilegios, lo único que necesito es el nombre del lugar—pido juntando las manos a la expectativa.

El sujeto suspira para luego asentir.

Veo como se adentra en su habitación para después de un minuto salir, su mano me alcanza un pedazo de papel, le doy un asentimiento de cabeza como despedida mientras me dedico a—finalmente—volver a mis aposentos.

El teléfono en mi bolsillo se mueve levemente con cada paso que doy, recordándome que debo usar todo mi valor para lo que voy a hacer, porque apenas llevo dos días en este lugar, las responsabilidades palaciegas sin duda no son lo mío, pero soy de hacer las cosas bien o no hacerlas, sin embargo eso no evita las inseguridades crezcan como una gran tormenta, tratando de arrasar con todo a su paso.

Decido dejar de pensar en eso una vez estoy dentro, saco el teléfono de mi bolsillo mientras mis dedos teclean con calma el nombre del antro, segundos después grande es mi sorpresa ver el numero en la primera opción del buscador.

Y es aquí donde digo, bueno… ¿Qué puede salir mal?

«────── « ⋅ʚ♤ɞ⋅ » ──────»

Despierto guiada por la alarma, la cual no ha dejado de sonar desde hace dos minutos. En mi defensa, anoche me quede dormida muy tarde, lo cual dificulta mi tarea de estar a las siete en punto frente al comedor real para darle al príncipe los buenos días.

Aunque de buenos no tendrán nada con la señora de las resacas que debe tener. Sin embargo, según el libro de horarios que me dejo su madre, tiene un montón de cosas que hacer.

Sin contar con el baile que tiene dentro de poco, para el cual tiene que practicar.

Suspiro levantándome, tratando de no abrumarme más con cosas que no son mías, por consiguiente tomo una ducha rápida y me pongo un vestido color azul cielo con unos tacones blancos. Peino mi cabello dejándolo prolijo y sin mucho más tiempo salgo de la habitación con el libro y mi celular en la mano.

Al llegar a la puerta del comedor suspiro de alivio al ver que no he llegado tarde. Mis ojos se mueven distraídamente por el lugar hasta que una alta figura me hace centrarme en ella.

Estoy un noventa y nueve por ciento segura que no es posible que alguien pueda verse tan bien teniendo resaca, si no se tratara de Isaí, ese uno por ciento se reduciría a nada, porque el sujeto es realmente atractivo, sus ojos grises aunque cansados brillan con la luz del sol que se cuela por las ventanas, su caminar es elegante y si no fuera porque es un idiota, no dudaría en querer conocerlo.

Lamentablemente ese no es el caso, y él me lo confirma. Dado que en el momento en el que llega frente a mí, una expresión de fastidio se forma en su rostro.

—Ya te hacia lejos de mí—niego siguiéndolo dentro del comedor, donde según su madre debo recordarle lo que debe hacer.

—A las ocho tiene una reunión con André Moreau, luego iremos a un lugar—le aviso mientras él se sienta, la mesa esta vacía, por lo que supongo que la familia real despertara tarde hoy.

Exceptuando a Isaí, claro está.

—¿A dónde?

—Si te lo digo, no iras. Así que mejor apresúrate, tenemos una hora—le señalo la comida que recién ponen frente a él.

Su ceño se frunce de repente, y me señala el puesto a su lado.

—¿Qué?

Sus ojos me miran con detenimiento unos segundos hasta que escucho unas voces entre el gran comedor.

Desvío la mirada hacia el origen y me encuentro con el resto de la familia, ninguno de ellos esta vestido de manera formal como Isaí, todos se sientan y hay algo que no pasa desapercibido para mí, y es que el único que no cruza palabra con nosotros es el faraón, quien se dedica tomar su desayuno como si hubiera estado toda la noche con su hijo.

—¿Qué hace esta jovencita aquí? ¿Se le perdió algo? —pregunta

Los ojos de Isaí se dirigen a mí y cuando pienso que va a dejar que yo conteste, lo hace el.

—Es mi acompañante.

—Le he dicho a tu madre que deje de contratar acompañantes, cualquier chica estaría encantada de acompañarte —espeta con disgusto. La reina aprieta los labios y no puedo creer como puede ser tan arisco, ya sé a quién salió Isaí.

—Yo se lo he pedido, además de que yo invite a Akila a desayunar con nosotros —se excusa el pelinegro con el ceño fruncido. Reacciono rápidamente sentándome a su lado, un mudo gracias se refleja en mis ojos mientras la hora del desayuno transcurre, la tensión se hace insoportable conforme pasan los minutos, hasta que logramos salir.

Suspiro aliviada una vez ya estamos caminando en dirección a la sala de reuniones y puedo notar la sonrisita burlona que tira de sus comisuras.

—¿Dije algo chistoso? —interrogo con una ceja alzada.

—Tú eres un chiste Akila—sus ojos me miran con desafío y me pregunto cómo puede insultarme y hacer que parezca que está coqueteando conmigo.

De allí en adelante me dedico a ignorarlo mientras llega su amigo. Supongo que vino desde Francia por algo más que una salida casual, parece ser un tipo serio.

¿Por qué?

Porque se reconocer con facilidad a las personas responsables, las que sin importar cuantos chistes puedan decir, en los momentos en los cuales amerita tener mansedumbre, ellos son los primeros en poner orden, lo supe desde que nos ayudó ayer con Isaí.

El sonido de la puerta siendo abierta me saca de mis pensamientos, mis ojos se centran en la persona desconocida que se abre paso en la gran oficina, mejor llamada como la sala de reuniones, el joven en cuestión debe tener unos veinticinco años, su cabello castaño corto y su uniforme color azul rey lo hacen ver como alguien importante, Isaí se levanta para acercarse a el apenas lo ve, sin embargo los ojos del sujeto se desvían hacia mi dejándome sin aire. Sus ojos son de un color azul, pero no cualquier azul, sino un azul profundo capaz de mantenerme quieta en mi sitio, a la expectativa de saber quién es, no había visto a una persona tan imponente aquí, no más que el mismo príncipe y el faraón.

—General —exclama el heredero obligando a “el general” a desviar su atención hacia él, sin embargo el nerviosismo no se aparta de mi sistema con facilidad.

—Majestad. Vine a avisarle mi presencia en el palacio, las cosas en el reino van muy bien, sin embargo estoy feliz de acabar mi viaje —explica con formalidad, sin embargo algo me dice que no fue eso a lo que vino.

—Muy bien general. Puede retirarse.

Le ordena.

—En realidad, el rey me ha enviado a interrogar a la joven —me señala. Isaí frunce el ceño extrañado y sus ojos se desvían a mí.

—¿Ocurrió alguna cosa? —cuestiona ganándose una frívola mirada por parte del general.

—Eso debería preguntárselo a usted, majestad. Dado que fue usted quien acuso a la joven de envenenarlo. Esto llego a oídos de su padre y me veo en la obligación de pedirle que me acompañe.

El heredero abre mucho los ojos y yo me levanto caminando a la puerta. El temor de que el rey quiera deshacerse de mi crece con cada paso que doy para salir, sin embargo Isaí solo me da una mirada de disculpa hasta que desaparezco de su campo de visión.

Trago grueso dándole una mirada de reojo al general, el cual supongo que se encarga de la seguridad aquí en el palacio.

—¿Tiene idea de quien le hizo llegar al rey la acusación del príncipe? —mi pregunta lo hace detenerse para mirarme curioso.

—Lo más probable es que haya sido la reina, para nadie es un secreto que ella no puede guardarse nada para ella misma, sabiendo que el príncipe nunca preocupara a su padre. —continua caminando y yo me le adelanto.

—¿De verdad cree que intente envenenarlo? —interrogo.

Si este se lo creyó, fijo que el rey ya me tiene la tumba lista.

—¿Yo? —pregunta.

—No, la reina Isabel —ruedo los ojos —Claro que usted.

—Creo en los hechos, y hasta ahora el príncipe ha sido lo suficientemente descuidado como para que puedan matarlo —abro la boca indignada y ambos nos detenemos junto a una puerta grande.

Diosito, soy yo otra vez.

—Estoy bromeando, no tienes cara de asesina —asegura cambiando un poco su expresión de seriedad por una más afable.

Observo como abre las puertas de golpe, ajusta su traje empezando a caminar, ¿Cómo puede ser tan elegante?

Yo no podría caminar así ni en sueños, seguro esta gente tomo clases.

Mis ojos se mueven con rapidez por todo el lugar hasta parar en el faraón, quien se haya sentado en su trono, su mirada me atraviesa como una daga, haciéndome saber cuan disgustado esta por mi sola presencia.

Y eso que el mismo me ayudo a quedarme aquí. Irónico ¿no?

—Majestad. —hago una pequeña reverencia y me centro en el general quien habla después de mí.

—Aquí está la joven faraón, tal como me lo pidió.

El rey asiente dándome una fría mirada.

—Mi esposa me conto lo que mi hijo le dijo anoche. Que intentaste envenenarlo en el lugar a donde fueron. ¿Sabes la pena dada por traición?

—¿Tiene pruebas acaso? ¿Algún video? ¿Testigo? —pregunto de regreso con serenidad, tratando de tenerle más paciencia que a su hijo.

De tal palo, tal astilla.

—No, mi esposa me lo conto el día de hoy. Para esta hora ya habrás mandado a borrar cualquier grabación, si es que tuviste cómplices —me acusa acabando con la paciencia que tenía.

—En realidad, sabía que quien fuera intentaría borrarlo, por lo que en nombre de la reina mande a que no tocaran nada hasta que su personal de seguridad fuera a investigar. Por otro lado, no se sabe que contenido echaron el bebida, si hubiera sido yo no se lo hubiera quitado de las manos.

Zanjo con enojo, haciendo que ambos hombres me miren sorprendidos.

—¿Cómo podemos asegurar que es verdad lo que dices? —el faraón entrecierra los ojos en mi dirección y yo me giro hacia el general.

—Si quiere podemos ir, no tengo problemas en acompañarlo.

El ojiazul asiente pidiendo autorización del rey quien a regañadientes accede.

Y así, ambos salimos de la sala del trono en dirección al lugar donde todo empezó, porque no, no todo acaba aquí.

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