La pluma del ángel
La pluma del ángel
Por: Leonel Sarpa
El encuentro

Para quien nunca había visto un ángel, la figura de los cinco jóvenes avanzando por el descampado próximo al refugio Corpus Cristi, les hubiese parecido una escena común y corriente. Quizás pensarían que eran un poco raros, con su andar liviano y posturas erguidas, sus miradas claras y la piel tan blanca y limpia que parecía brillar; pero a Nicolás Reed, la mayor autoridad en el campo de refugiados, le bastó solo una ojeada para percibir que sus oraciones habían sido escuchadas. El corazón le palpitó mucho más fuerte que cuando dio su primer beso, hacía ya sesenta años, tanto que tuvo que tomarse el pecho con una mano por el dolor que le causó.

Llegaron ante él tres muchachas y dos varones, todos bellos y frescos, sonrieron al saberse reconocidos por el anciano y sus ojos brillaron como estrellas.

—Venimos a ayudar —dijo Reilar, uno de los jóvenes que parecía ser el mayor de todos.

—Sí, lo sé…pasen por aquí…deben de estar muy cansados por el viaje —consiguió decir el anciano en medio de su emoción.

Los guió por entre una infinidad de tiendas de campaña, sucias y rotas la mayoría, que dejaban escapar voces, llantos, quejas y de vez en cuando una risa de algún niño jugando. Llegaron a la carpa ubicada en el centro que servía de morada y de oficina al señor Reed, pero que estaba tan sucia y raída como el resto.

—Tomen asiento, por favor —les dijo a los chicos, mientras trataba nerviosamente de arreglar un poco el desorden que reinaba en el interior.

Dos mujeres que atendían una gran olla en el mismo centro de la carpa, quedaron quietas al ver la excitación del anciano, que no sabía qué hacer para poner cómodos a los invitados. Él se percató de ello y se dirigió a ellas restregándose las manos, signo en Nicolás de una gran ansiedad.

—Por favor, atiendan a los invitados como si fuesen sus hijos, son muy importantes para todos nosotros. Preparen agua caliente para que se laven y la mejor comida que tengamos, ¿de acuerdo?

Las mujeres, aún más sorprendidas, asintieron con los ojos desorbitados por la inusual petición del viejo, pues nunca se había tomado tantas molestias por personas bien alimentadas y de aspecto tan sano como los recién llegados. No obstante, enseguida se pusieron a sus órdenes sin hacer ni una pregunta. El anciano se sentó frente a ellos y con una sonrisa enorme en su rostro comenzó una conversación.

—Dentro de poco les servirán comida caliente, no es muy buena, pero es lo mejor que podemos hacer. También pueden descansar después de tomar un baño; ya le calientan el agua. Pero…díganme, ¿a qué debemos el honor de la visita?

—Venimos a ayudarle con lo que está haciendo aquí. Su trabajo ha llamado nuestra atención y creemos que si partimos desde un lugar como éste, podemos esparcir la esperanza a la mayoría de las personas —respondió Valiera, la más joven de los cinco.

— ¡Hijos míos! Agradezcan al Padre en mi nombre y en el de toda la humanidad, aunque yo no pueda verlo por mi edad, veo cumplidas mis oraciones al tenerlos aquí.

—Esperamos que pueda verlo por usted mismo —interfirió Reilar—. También hemos pensado en eso. Le traemos un regalo pensando en que hay humanos como usted que merecen vivir un poco más y además, nos servirá de ayuda en nuestra misión.

— ¿De…de qué se trata? —consiguió decir el anciano en medio de su nerviosismo.

—Tenemos que estar completamente solos, si alguien se entera nuestra identidad quedará al descubierto.

—Entiendo, entiendo…Entonces vamos a mi cuarto, hay bastante privacidad allí.

Se levantaron todos, pero en ese momento hizo entrada Robert Des, a quien todos llamaban “RD”, la mano derecha de Nicolás en el campamento. Era un hombre sobre los treinta, de pelo negro tupido y bastante fuerte, comparado con la mayoría que sufrían desnutrición. La barba ocultaba la mayoría de sus facciones, pero dejaba ver unos ojos pequeños y una nariz aguileña debajo de dos cejas pobladas y casi juntas. Los jóvenes miraron al viejo en busca de algún comentario.

—Él es RD, mi hombre de confianza, pueden hablar en su presencia sin ningún problema, no tengo secretos con él.

—Aun así, no podemos permitir que nadie lo sepa. Por favor, preferimos que sea de ese modo.

Los ángeles eran de naturaleza noble, pero carecían de ese tacto sutil al tratar con los humanos. Acostumbrados a decir lo que pensaban sin pizca de hipocresía o maldad, hablaban sin pensar en la interpretación que las personas pudiesen darle a su comportamiento.

Los dos entraron en la carpa personal del anciano, situada dentro de la que ya estaban. Cuando estuvieron solos, el joven metió su mano entre sus ropas y sacó una pluma blanca y reluciente y se la extendió al anciano.

— ¡Qué belleza! —dijo Nicolás abriendo los ojos desmesuradamente—. ¿Es lo que estoy pensando; es…una pluma de  ángel?

—Así es y también un regalo nuestro para usted; para que pueda seguir haciendo lo que hace con más fuerzas y energías.

—Bueno, la verdad es que estoy emocionado, pero me siento igual de enfermo, no sé cómo una pluma podría cambiar eso…

—Solo tómela y encájela en cualquier parte de su cuerpo —le interrumpió el joven ángel—. Tenga fe.

—Tengo fe.

El anciano sostuvo con fuerza la pluma y se la clavó directamente en el pecho. En seguida su cuerpo sufrió una convulsión y cayó al suelo. Allí tembló por unos segundos y comenzó, estando inconsciente, una transformación física instantánea. Su piel, arrugada como un pergamino antiguo, perdió la mitad de sus pliegues y se tornó rosada, se rellenó la masa muscular que en los últimos treinta años había perdido y su cuerpo, antes curvado por el peso del tiempo, se enderezó. Al cabo de unos minutos se despertó. Al principio parecía desorientado, pero enseguida recordó lo sucedido antes de perder la conciencia. Se incorporó sin apoyarse en nada y observó sorprendido sus manos y brazos. Miró al joven estupefacto de la sorpresa y se abalanzó hacia el único mueble que tenía en su tienda aparte de la cama. Buscó entre los objetos desordenados de una gaveta y sacó un pequeño espejo. Sin salir de la sorpresa se miró en él detenidamente, pasándose la punta de los dedos por la piel estirada y viéndose los ojos, ya sin el velo blanco de las emergentes cataratas que le aquejaban. Con la boca  abierta, se lanzó a los pies del joven.

— ¡Gracias, gracias, mil veces gracias! Alcanzó a decir entre las lágrimas de sus ojos, ahora rejuvenecidos.

El joven le tomó por los hombros y lo levantó hasta que sus rostros estuvieron a la misma altura.

—Ahora escuche bien. Tiene que cubrir todo el tiempo su rostro. Nadie puede ser testigo de su transformación o correremos peligro. El efecto de la pluma durará cosa de dos o tres meses; luego le proporcionaremos otra para que pueda hacer su trabajo a plenitud.

— ¡Gracias, muchas gracias!

—No nos agradezca nada; la gloria es del Señor, nosotros solo hacemos su voluntad.

Las palabras del ángel no eran del todo ciertas, pero ellos cuatro habían acordado que los humanos no podían enterarse de las divergencias que surgieron en los cielos y que terminó con su descenso a la tierra. La verdad era que muchos de ellos, sobre todo jóvenes, habían enfrentado la decisión de su creador de seguir demorando la batalla final contra el Señor Oscuro. Llevaban siglos viendo cómo los seres humanos sufrían las calamidades de las enfermedades, la destrucción y la muerte; pero siempre existían millones de personas que llevaban una buena vida y eran la esperanza de que algún día los mismos humanos, sin la ayuda divina, pudieran encontrar el rumbo hacia la prosperidad y larga vida que el creador, en su magnífica sabiduría, había destinado para ellos. Luego vino la rebelión más grande y sorpresiva de todas y el Diablo fue expulsado a la tierra.

Aun así muchos soportaron las tentaciones y permanecieron fieles; hasta que llegó la peor guerra que se haya experimentado nunca. Una guerra que conmovió hasta a los seres divinos que habitaban en las alturas; nunca se vio tanta sangre inocente ser barrida de la faz de la tierra. Se usaron armas prohibidas hasta ese momento, armas que dejaron inservibles grandes extensiones de tierra. Fue tanta la violencia, tanta la podredumbre de alma mostrada, que Dios pareció quedar contrariado consigo mismo por haber creado algo tan bello y tan estúpido y le dio la espalda a la humanidad, o mejor dicho, a lo que quedó de ella.

Entre los millares de ángeles se extendió el rumor de que aparentemente, el rebelde de Satanás por fin había triunfado, al demostrar que las personas solo eran buenas porque obtenían el favor de su creador y se temía por el final de esas preciosas criaturas, cuyo cuidado había sido encomendado a ellos. Entonces surgió la idea entre los jóvenes, de ayudar a fomentar la fe en los humanos y sin tener un plan claro de cómo hacerlo se presentaron ante Dios. Éste, como era de esperarse, hizo valer su opinión sobre todos y los tildó de no tener confianza en él. Desertaron del empeño de rebelión en masa y solo quedaron unos pocos sin convencerse del discurso. Entonces acordaron hacer algo inconcebible para la gran mayoría; rebelarse en contra de las decisiones de su padre.

Ya existía un precedente cuando el Señor Oscuro, otrora uno de los ángeles más hermoso y amado por Dios, pensó que la humanidad podía servir no solo de trabajo, sino que podía ser una buena y gratificante diversión. La diferencia era que la nueva rebelión no era para hacer el mal a los humanos, sino todo lo contrario. No resistieron la tentación de ayudar a restablecer la verdadera fe, porque al ritmo que iban en la tierra no les quedaba mucho tiempo sin ser dominados por completo por los demonios, quienes veían en la displicencia de Dios una debilidad y arremetían con más fuerza contra las pobres almas indefensas y desesperadas que buscaban una respuesta del cielo sin encontrarla o simplemente se dejaban llevar por el mal.

Se reunieron entonces y determinaron los lugares a donde se debían dirigir para hacer mejor el trabajo. Eran apenas cien, pero dada la vasta destrucción que asolaba a la tierra, no quedaban muchos lugares con una cantidad de personas significativa. Acordaron dividirse en veinte grupos de cinco cada uno y comenzar la obra. A pesar de que Padre conocía de sus planes, también sabían que él no interferiría en lo absoluto; el libre albedrío les permitía tomar decisiones propias, aunque luego tendrían que atenerse a las consecuencias de sus actos.

El grupo que llegó a los predios del campo de refugiados “Corpus Cristi”, estaba formado además de por Reilar y Valiera, por Cornal,  Aliena y Chavira; quienes eran amigos muy cercanos desde que fueron creados varios siglos atrás, por lo que acompañaron a los seres humanos en varias de sus desgracias y alegrías; eso sí, sin poder inmiscuirse directamente, pues solo estaba permitido interactuar con ellos a una determinada edad, solo en su forma espiritual y con una orden directa de Padre.

Por eso no eran estrictamente ciertas las palabras de Reilar al anciano. Venían a ayudar como era el deseo inicial desde la creación, pero al mismo tiempo estaban desobedeciendo las órdenes del creador, cosa que no tenía por qué saber. Eso era un asunto entre seres celestiales y se resolvería a su debido tiempo.

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