La piel no olvida
La piel no olvida
Por: Maggie Coelho
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Regresar a Aqueo era como retroceder en el tiempo, incluso un siglo o más. El pueblo seguía gobernado por un señor feudal, no por su linaje real, sino por su poder económico y político, que seguía siendo relevante a pesar de la proclamada república en Grecia.

Era dueño de casi todo el país y dirigía desde su imponente y antiguo castillo, sin poner un pie fuera, excepto en sus viajes de negocios. Los Lambros eran conocidos en todo el mundo.

Para Ariel, regresar había sido difícil, pero irse había sido aún más complicado. Recordaba a la joven inocente que lloraba por la decepción amorosa de un novio que la abandonó cuando las cosas se volvieron serias. Se llevó la mano a la barriga, recordando lo que podría haber sido un hijo. Pero eso era cosa del pasado. Se obligó a pensar en Nueva York, donde había conocido a una mujer que cambió su vida, enseñándole a ser fuerte y superar a cualquier hombre. Ariel ya no creía en el amor. Ese día no solo perdió su virginidad, sino también su alma y su corazón. Por más que muchos hombres intentaran seducirla, ella ya estaba rota. Hunter la había traicionado, no supo enfrentar a sus padres, no actuó como un hombre, prefirió ser un canalla. Sus padres no fueron mejores, la maltrataron, carecieron de paciencia y tolerancia. Las tradiciones y costumbres de Aqueo nunca cambiarían, serían siempre respetadas, sin importar a quién le molestara.

Finalmente, el avión aterrizó en Atenas y Ariel alquiló un vehículo todo terreno en el aeropuerto. Se centró en su objetivo: Amber, su hermana menor.

Debía sacarla del orfanato de monjas lo antes posible. Sus padres habían fallecido en un accidente, y su tía Patricia no dudó en ponerla en un orfanato argumentando su discapacidad visual y la necesidad de cuidados que ella no podía brindar. Pero Ariel sabía perfectamente que la motivación de su tía era el dinero y la ambición, la herencia de sus padres. No le importaba el cuidado específico de su hermana. Quería tener libertad para aprovecharse, hacer algún truco para quedarse con todo el dinero sin preocuparse por su hermana menor.

De alguna manera, esa mujer había logrado que su amada Amber pasara el último año en ese maldito orfanato. Ariel se sentía culpable, porque en parte era su responsabilidad. Había recibido la noticia de la muerte de sus padres y la fecha de la firma para recibir la herencia, pero decidió no asistir. No quería tener nada que ver con sus difuntos padres, ya no los consideraba como tal. Nadie la había ayudado cuando era más vulnerable, y ninguna herencia podría compensar ese dolor.

Esmeralda, su maestra y salvadora, le había aconsejado que pensara detenidamente y que a veces regresar al lugar donde se originaron las heridas ayuda a encontrar el antídoto adecuado. Además, alejarse de Jerónimo, el demonio obsesionado con ella, sería unas vacaciones. 

***

Logan suspiró con resignación mientras observaba a su madre aferrada a él, sabiendo que no había forma de escapar de sus exigencias y dramas constantes. Se separó de su abrazo y se dirigió hacia la puerta del despacho, dejando atrás a su hermano Robert, quien se encargaría de calmar a su madre y mantenerla ocupada.

Mientras caminaba por los pasillos del imponente castillo de los Lambros, Logan se sentía atrapado en una jaula dorada. Si bien había logrado construir un imperio financiero por sí mismo, su posición como hijo mayor de la poderosa familia Lambros lo ataba a responsabilidades y expectativas que a menudo lo agobiaban.

La presión de mantener la imagen y los intereses de la familia era un peso constante sobre sus hombros. Aunque había logrado independizarse y forjar su propio camino, siempre estaba recordando su linaje y las expectativas que se depositaban en él. Eso le había costado la felicidad en más de una ocasión.

Mientras se dirigía hacia el salón de reuniones, donde lo esperaban los socios de las petroleras árabes, Logan no pudo evitar recordar a Ariel, la mujer que su hermano le había destrozado la vida. Aunque solo conocía fragmentos de la historia, era consciente de que Hunter había causado un gran daño a la chica y sa u familia.

En ese momento, su móvil vibró en el bolsillo. Sacó el teléfono y vio que había recibido un mensaje de su hermano Robert. El mensaje decía: “Cuida de mamá, iré a hablar con Ariel. Creo que puede ser una oportunidad para ayudarla y solucionar los problemas familiares.”

Logan frunció el ceño, sorprendido por el cambio de actitud de su hermano. Si bien Robert era más cercano a su madre y se mostraba más dispuesto a complacerla, solía mantenerse al margen de los asuntos familiares y no intervenía en los problemas de los demás.

Sin embargo, parecía que algo en la situación de Ariel había despertado su interés y compasión. Logan consideró que tal vez Robert tenía razón y que podrían utilizar la difícil situación de la chica para beneficiarse de alguna manera. Además, sería una oportunidad para reparar la imagen dañada de la familia y demostrar que los Lambros también eran capaces de actuar con compasión y justicia.

Llegó al salón de reuniones y se encontró con los hombres de negocios que esperaban impacientes. Apagó su teléfono y se concentró en la reunión, dejando de lado momentáneamente los asuntos familiares y las intrigas de su madre.

Sin embargo, en su mente, comenzó a trazar un plan. Sabía que debía actuar con cautela y utilizar su influencia y recursos para ayudar a Ariel y, al mismo tiempo, asegurarse de que la hacienda de los Stone cayera en manos de Patricia Melbourne, como exigía su madre.

Logan Lambros estaba decidido a convertir esa difícil situación en una oportunidad para fortalecer la posición de su familia y, tal vez, encontrar un poco de redención en el proceso.

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