—Vete —respondió él secamente, esta vez mirándola con desdén—. No permito que nadie entre a este lugar, así que sal ahora mismo.
—Seré tu esposa después de todo —replicó Atenea—. También tengo derecho a conocer este lado tuyo.
—No seas ridícula y vete. No quiero verte, y lleva contigo esa bebida. No