La estancia de Dios esa mañana fue en la recepción de las hermanas gemelas. Fideliana, con su estómago terriblemente hinchado, no sabía en qué dios confiar.
—Hola, señor Dieu-donné —empezó Fidélia—, hace mucho tiempo que no nos vemos. Es porque he estado un poco ocupado con el trabajo últimamente.
—Me siento muy orgulloso de oír eso, querida —le susurró Dieu-donné, sonriendo.
– Entonces, si me doy el gusto de estar aquí esta mañana con mi hermana, es porque hay una pregunta ardiendo en mi corazón y mientras no la satisfaga con una respuesta, siempre seguirá ardiendo en mi corazón. Entonces, como ya sabéis, entre dos gemelos, hablo de los verdaderos, siempre hay uno que es malo, por no decir severo o rígido. Por otro lado, hay uno que suele ser sencillo y tranquilo. Entre estas categorías reconozco que soy la más severa y la más dura.
Fidélia, haciendo una breve pausa, examinó a su hermana con la mirada antes de mirar directamente a Dieu-donné a los ojos.
—Bien —continuó después de acl