Capítulo 2

En una tierra tan inhóspita como las mismas montañas heladas que delimitaban el territorio, la vida nunca había sido fácil para la señorita Alimceceg Batun, una niña de padres aristócratas pertenecientes a las tribus de las estepas eurásicas. Creció en el seno de una familia noble, a la sombra de sus hermanas y primas; las hijas del Kan Sekiz Oghuz.

Siendo una de las ultimas hijas de Khubilai, el segundo hermano del Kan, nunca tuvo la atención de su padre y de su madre menos, pues nunca la conoció, porque se había separado de la gente común, ya no era digna de ser una Batun; muchos le dijeron que se había vuelto loca.

Como era la hija menos favorecida de la residencia menor de la ciudad, fue acogida por la señora anciana, su abuela, una mujer curtida por la experiencia de una vida llena de privaciones en el desierto, y abandonada por la mayoría de sus nietos, pues todos tenían sus respectivas madres.

De su niñez no se podía rescatar nada, pues muy pocas cosas buenas habían pasado en ese lapso de tiempo. A decir verdad, Alimceceg prefería no recordar ninguno de esos años, los cuales consideraba como los más terribles y humillantes de su vida.

Todos la describían como una pobre niña que podía subsistir en la residencia del Khubilai Ilk, gracias a la caridad de su abuela.

La señorita Alimceceg Batun era tímida y callada, pero gozaba de una agudeza intelectual y malicia, que era envidiada por sus hermanas mayores.

Desde pequeña fue hostigada por ellas, quienes eran apoyadas por sus madres, las esposas secundarias de Khubilai. A pesar de los constantes ataques, Alimceceg aprendió a defenderse con una magnifica técnica depurada y enseñada personalmente por la abuela, así que con el paso de los años ya no le temblaban las piernas cuando sus hermanastras la acusaban de desobedecer las reglas impuestas por el jefe de la mansión, al contrario, disfrutaba de ver sus caras enfurecidas cuando ella le devolvía con creces los señalamientos.

Las puertas de la habitación se abrieron, dejando entrar la luz tenue del sol al pabellón descubierto, que estaba ubicado en el primer patio de la casa Batun, una familia de primera categoría perteneciente a las tribus Sekiz Oghuz, el linaje principal entre el resto de clanes, ya que a ese pertenecía el kan.

Por las grandes puertas de madera pasó todo el arsenal de joyas, telas, perfumes y esencias costosas, que eran comercializadas en la ruta de la seda.

Un evento como ese no se veía con tanta frecuencia en el pabellón del primer patio, donde residía la madre del Khubilai Ilk, pues a pesar del estatus que ella poseía, no era fanática de los lujos y las excentricidades… Una anciana como ella solo podía esperar la muerte, pero lo demás era una vanidad. Por lo tanto, todas esas pretensiones las dejaba para sus nietas.

Aunque, la única que vivía con ella en el pabellón era Alimceceg, su nieta más apegada, las más tímida, e incluso la más desfavorecida entre el resto de las niñas de la mansión. No era vanidosa, por lo menos no con cosas que al resto deslumbraba, las aspiraciones de su nieta eran diferentes, más bien ambicionaba control y autoridad; siendo la hija abandonada de la casa Batun, también su sed de libertad era avasallante, imposible de aplacar.

La abuela, viendo toda la cantidad de regalos enumerados y etiquetados a nombre de la señorita Alimceceg, solo pudo sospechar una cosa. Algo que su nieta de seguro no aprobaría de inmediato, aunque se empeñara en fingir frente a ella que todo estaba bien, que no le afectaba y que lo aceptaría.

—¿Todo esto es para la señorita Alimceceg? —preguntó al hombre que parecía ser el encargado de realizar la tarea.

El hombre la saludó con respeto mientras aceptaba con una inclinación de su tronco y cabeza.

—¿Qué negocio es este? El primer patio no acostumbra recibir este tipo de regalos —debatió realmente confundida.

—¡Señora Ogul, felicidades! —exclamó—. La señorita Alimceceg ha sido escogida por nuestro Kan para comprometerse en matrimonio con el segundo hijo del Kan Karkuks: Tuva Eke Tegim.

La mujer vio al hombre desplazarse por todo el patio mientras ordenaba el ingreso de los regalos, más bien, la dote de la novia.

—¿Tuva Eke Tegim? —preguntó confundida—. El príncipe ha estado durante 13 años recluido en exilio, ¿Cómo es que mi nieta será comprometida a él?

—Recientemente el Kan Karluks liberó a su hijo del exilio y le ha devuelto el estatus de príncipe y heredero, así que sí es posible este matrimonio.

—¿Cuándo ha ocurrido esto? ¿Khubilai Ilk lo sabe?

—Sí, ocurrió hace poco, quizá dos días… Khubilai Ilk mismo ha ordenado cumplir el decreto.

La anciana dejó que los hombres siguieran realizando la tarea impuesta por el jefe de la casa Batun, y esperó con paciencia a que su nieta regresara al primer patio.

La señorita Alimceceg solía caminar en el jardín de la mansión junto con su medio hermana Khojin, que era dos años menor que ella. Ambas recogían el rocío de la mañana que se acumulaba en las flores, recolectaban algunas frutas y se las ofrecían luego a la anciana cada mañana.

Sin embargo, la jornada monótona de Alimceceg y su hermana no tuvo un buen final, pues la noticia del compromiso incluso llegó hasta ellas, quienes se encontraban en la parte trasera de los muros.

La señorita Erzhene, la sexta hermana, corrió a verlas cuando las vio pasar al frente del pabellón de su madre. Aquella era otra de las hijas del Khubilai Ilk, una niña malcriada que acababa de cumplir los quince años, pero muy a su pesar era un poco tonta y además fastidiosa. Aunque, no llegaba a ser venenosa como su madre.

—¡Hermana! —gritó enojada mientras bajaba los escalones—. ¿Cómo es esto que te estás comprometiendo con un príncipe? ¿Cómo puedes tú casarte con la nobleza, cuando no eres la favorita de padre? Yo debería casarme, no tú.

La señorita Alimceceg escuchó a su hermana menor sin entender con certeza lo que ella le estaba diciendo. ¿Matrimonio? No había escuchado algo referente a ello.

—¿Qué dices?

—No te hagas la tonta, Alimceceg, porque al patio de la anciana están entrando una infinidad de regalos… Una dote costosa que ha sido entregada por el Kan de la tribu Karluks, ¡hablo de la casa real Tsagaandorj!

Khojin agarró a Alimceceg por uno de sus brazos, la arrastró en dirección del primer patio mientras Erzhene las seguía de cerca, cuando llegaron, la anciana esperaba sentada en el recibidor al mismo tiempo que tomaba un poco de té con miel. A cada lado del lugar, una infinidad de cofres estaban apilados.

—Abuela, ¿qué ocurre? —interrogó. Pasó la mirada por los baúles e hizo otra pregunta—: ¿Qué es todo esto?

—La casa real Tsagaandorj ha enviado la dote de la novia que se emparentará con uno de los hijos del kan… El kan ha pedido una novia y tu padre te ha escogido a ti.

Detrás de ella Erzhene chilló iracunda cuando escuchó a la anciana y replicó:

—¿Padre te ha escogido? ¿Qué fue lo que vio en ti?

Khojin rodó los ojos malhumorada por las palabras de su hermana menor y giró hacia ella teniendo la paciencia por el piso.

—Si no te callas, aseguro que te estrangularé —susurró en su oído, haciendo que respingara y se quedara callada en su lugar.

—Abuela, ¿Cómo padre me ha escogido? No lo entiendo —habló Alimceceg.

—Tu padre te espera dentro, así que ve a verlo —ordenó. Y mirando a sus otras dos nietas, las llamó—. El Khubilai Ilk hablará con Alimceceg, vengan a tomar té conmigo.

La señorita Alimceceg caminó acelerada hasta entrar en la sala de visitas de la casa de su abuela.

—Padre —saludó en cuanto entró.

Quedó en silencio mientras observaba a su padre. La última vez que lo había visto hacía muchos años, y la figura que tenía en frente era muy diferente a la que su memoria recordaba… Su padre había envejecido.

—Alimceceg, debes estar confundida por toda esta situación, ¿verdad? —cuestionó

—Ciertamente, padre.

—Te casarás.

—¿Por qué yo?

—El Kan Karluks ha pedido una novia con el propósito de retirar sus tropas de nuestra frontera, y como sabes tus primas, las princesas ya están casadas con los kirguices, así que mi hermano me ha pedido una novia de la casa Batun, la segunda casa más importante de la tribu Sekiz Oghuz. De tus tres hermanas mayores solo una está casada y la otras dos están comprometidas, de las menores las únicas tres que quedan son Khojin, Erzhene y tú. Pero, tanto Khojin como Erzhene son menores, por lo tanto, no pueden ser comprometidas todavía.

—¿Con quién me casaré?

—Con Tuva Eke Tegim.

Alimceceg bufó con una sonrisa burlona en el rostro, pues no podía creer que su padre la estuviera casando con un príncipe tan desamparado e inferior como ese.

—El kan Karluks lo ha exiliado desde que era un niño… Además, está enfermo, es un desvalido sin estatus.

—El kan lo ha liberado —explicó—, ahora, tú tío debe solventar la situación de la frontera y la forma de hacerlo es enviando una novia, así lo estipuló el kan Karluks.

—Padre… ¿Me casará con una persona discapacitada como él? ¿Dónde ha quedado el orgullo de la gran casa Batun?

—¡Orgullo! Te explicaré con detalles la situación para ver si así lo entiendes y dejas de lado tu estúpido orgullo, niña —gritó enfurecido—. El kanato Karluks ha enviado su ejército a las fronteras de nuestro territorio y está presionando la Transoxiana… No podemos perder ese territorio. Así que, se ha llegado a un acuerdo beneficioso para ambos kanatos. Nosotros le entregamos una novia y firmamos un acta donde se les da la posibilidad de comercializar y trasportarse por la Transoxiana.

—No me convertiré en un peón dentro del juego político de mi tío.

—Quieras o no, lo harás. ¿Cuál crees que es la utilidad de una hija en este reino? Para unir países y consolidar dinastías. Todo eso se obtiene con una novia. —dictó—. Te aseguro algo Alimceceg: no permitiré que esta casa pierda el prestigio.

—¿Debería ayudar a sostener el prestigio de la casa, padre? —preguntó con sorna—. Esta es la primera vez que ha venido en… Ya ni siquiera recuerdo el numero de años que han pasado desde la ultima vez que me visitó… ¿Sabe mi edad o sabe cuánto tiempo esperé una visita suya? Tengo veinte años, y la ultima vez que me visitó fue cuando tenía trece. No estuvo allí cuando lo necesité, ¿Debo apoyarlo cuando usted nunca lo hizo? —reclamó enfurecida y con los ojos enrojecidos por las lágrimas de rabia que amenazaban con correr por sus mejillas.

Khubilai Ilk no soportó los reclamos de Alimceceg, la abofeteó con todas las fuerzas, haciendo que ella cayera sobre el piso.

—¡Insolente! —gritó—. No tienes el derecho a hacerme reclamos. Eres mi hija y yo soy tu padre.

—¡No es mi padre! Puede ser el padre de mis hermanas, porque a ellas sí las crió en su regazo, pero aquí nunca ha venido a verme, y cada vez que ve a la gran anciana, evita verme a toda costa, ¿¡Por qué!?

—No responderé a ninguno de tus reclamos, solo te advierto una cosa: no intentes evitar este casamiento, no hagas ninguna estupidez que manche el apellido de esta familia. Te casarás, el kan ya ha enviado una dote, y dentro de dos semanas viajarás para casarte.

—Padre…

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